El guión va creando escenas sueltas que no se hilvanan con naturalidad, dando una impresión de deslavazamiento general y de pobreza argumental.
En el siglo XVII, antes de que se inventase la fotografía, un científico italiano se obsesionó con la idea de reproducir imágenes, llegando a inventar un aparato –el tanatógrafo– que mediante una escabrosa técnica servía para captar y reproducir la última imagen percibida por el ojo humano.
Tal aparato se perdió en el tiempo, igual que su creador, pero transcurridos varios siglos el tanatógrafo hace su reaparición en la actualidad, en el seno de una escuela internacional de cine localizada en algún país indeterminado. Allí Bruno (Alberto Amarilla) se verá implicado de lleno en una trama que tiene que ver con espectros –literales– del pasado, conspiraciones de algunos de sus profesores y secretos que no quieren sean desvelados.
Imago mortis es un thriller fantasmagórico coproducido entre España, Italia e Irlanda que ha sido rodado en inglés. De ahí que el rasgo que más llame la atención durante su visionado sea el espantoso doblaje, más chocante aún cuando en un gran número de escenas estamos viendo interactuar únicamente a actores españoles. Podría decirse que toda la culpa de que las interpretaciones resulten ridículas es achacable al mentado doblaje, pero también hay que tener en cuenta que la dirección de actores parece inexistente.
Se nos antoja que Stefano Bessoni, realizador de la cinta, se han interesado solamente por reproducir ambientaciones inquietantes, merced a la dirección artística y a la fotografía, para así crear el marco idóneo donde inquietar al espectador. Aunque en algunas escenas logre buenos resultados, en general es ridículo lo lúgubre que se nos muestra la escuela de cine donde se desarrolla toda la película: dondequiera que vayan los personajes siempre hay tubos fluorescentes a punto de fundirse o flexos moribundos, por no hablar de lo tétricas y poco acogedoras que resultan las instalaciones, un recurso fácil del género de terror que aquí deviene risible.
El guión, realizado entre el propio Bessoni y Luis Berdejo –que ya colaborara en el libreto de [●REC]–, va creando escenas sueltas que no se hilvanan con naturalidad, dando una impresión de deslavazamiento general y de pobreza argumental, sosteniéndose la historia en algunas imágenes potentes y en cuatro sustos poco trabajados: en el edificio donde transcurre la acción crujen todos los suelos y chirrían todas las puertas de forma escandalosa, menos cuando alguien se acerca a asustar al protagonista.
En cuanto a los actores, Alberto Amarilla se nos antoja un grave error de casting. El cacereño tiene potencial para otro tipo de registros, pero ni sus expresiones ni su voz doblada tienen sentido en el conjunto de la película que aquí nos ocupa. Secundarios como Álex Angulo o Geraldine Chaplin, que tan reseñables han resultado en otras ocasiones, apenas pueden sostener a sus desdibujados personajes. Y de la gran mayoría de los jóvenes estudiantes de la escuela de cine mejor ni hablemos.
Así pues, un film aburrido y mediocre que sólo contentará a quienes vean dos o tres películas de terror al año.