Unos de esos filmes fallidos por la alta ambición artística de sus creadores y la poca conexión con las necesidades de concreción de los productores y del público.
El negocio de la distribución de películas es muy desconocido para el público, son pocos los espectadores que conocen el arduo trabajo y las tremendas decisiones que un distribuidor tiene que tomar antes de estrenar una película. Pero que se convierta en un misterio incluso para los que seguimos habitualmente el negocio del cine, es ya peculiar.
Y eso es un poco lo que sucede al ver Premonición, una película de 2008 que ha sido estrenada en España a finales de 2011. ¿Los motivos? Quizá cierto paralelismo temático con Más allá de la vida (Clint Eastwood, 2010), una cinta que tuvo un buen resultado en nuestra taquilla hace pocos meses; quizá una distribución escalada que la ha traído aquí después de haber pasado por casi todos los países; quizá alguna dificultad para encontrar un fin de semana propicio para el estreno...
El caso es que ahora nos ha llegado este drama metafísico en el que un prestigioso abogado de New York (Romain Duris) recibe la visita de un misterioso doctor (John Malkovich) quién le conduce por un camino de autoconocimiento hasta averiguar porqué sobrevivió a un terrible accidente en su infancia regresando de la muerte.
Es indudable que esta historia tenía grandes posibilidades sobre el papel: un guión adaptado por el propio director, Gilles Burdois y Michel Spinosa sobre la novela de Guillaume Musso, un gran tema y tres interesantes protagonistas. Sin embargo, tras su visionado, da la impresión de ser unos de esos filmes fallidos por la alta ambición artística de sus creadores y la poca conexión con las necesidades de concreción de los productores y del público.
Tras un arranque prometedor en el que cuatro secuencias de estilos muy diferentes sientan las bases del relato y los personajes, la narración se pierde en meandros y vueltas en las que probablemente tenga la culpa alguna que otra reedición para acortar el metraje y hacerlo más vendible. Sorprende que los protagonistas pasen de conocerse misteriosamente en la primera secuencia a tutearse en la siguiente cuando van andando por la calle: ahí falta algo.
Ni el excelso John Malkovich, capaz de sacar petróleo de su texto con un giro de cabeza y una mirada, es capaz de poner a flote este barco que hace agua por muchos sitios, empezando por una plana y confusa interpretación en cuanto a intensidad de Romain Duris y terminando por Evangeline Lilly, perdida en un personaje y una subtrama que no acaba de complementar el relato principal.
La voluntad de estilo mostrada con el uso de una steady-cam flotante, muy adecuada a lo que se narra, se frustra al recurrir a imágenes manidas por la publicidad y los géneros televisivos más planos: las secuencias campestres familiares son directamente un anuncio de suavizante para la ropa.
Fallida producción, por tanto, de 15 millones de dólares que sólo arrancó 1 a la taquilla americana y que ahora da la sensación de hacer un recorrido suplementario por varios países para minimizar pérdidas.