Propone un viaje espeso por el cine de espías y lo fusiona con un estilo personalísimo.
El nombre de John Le Carré es conocido por todos aunque quizás el de Tomas Alfredson aún precise presentación. Ambos ahora salen felizmente hermanados gracias a la adaptación que realiza el segundo del texto del primero, formulando una cinta dolorosa y agria. Alfredson ya demostró su pericia, y de paso se descubrió al mundo entero, con otra adaptación como la de Déjame entrar, historia tierna y cruel a partes iguales sobre el amor prepúber de un muchacho marginado hacia una niña vampiro.
Con El topo (o Calderero, sastre, soldado, espía en su título original), el realizador sueco se adentra en un relato de apariencia simple para convertirlo en una pieza artística de cámara y ensayo. George Smiley es un agente del servicio británico forzado al retiro que vuelve a ser llamado para una misión especial: descubrir si son ciertos los rumores de que un posible traidor está pasando información al núcleo soviético. Con el apoyo de fieles colaboradores y antiguos compañeros de profesión, Smiley descubrirá un entramado de mentiras, verdades y silencios que han llevado a esa situación.
El topo puede interpretarse como toda una rara avis navideña que, pese a haber sido estrenada con holgura de medios, se revela como una cinta no apta para todos los públicos. Auspiciada por un elenco de actores que no tiene parangón, propone una investigación (capitaneada por un sublime Gary Oldman y secundada por un no menos perfecto Benedict Cumberbatch) que pretende mostrar todas las las dilucidaciones mentales del propio Oldman, lo que supone una titánica tarea de atención por parte del patio de butacas.
Impecablemente ejecutada y cuidadosamente escrita, el dominio narrativo que huye de toda convención hace de El topo una obra complejísima en su desarrollo que desafía durante todo su metraje la paciencia del espectador poco avezado. Es como si Alfredson hubiera ido un paso más después de su mencionada anterior obra: si en Déjame entrar se adueñaba del cine vampírico adolescente para reinterpretarlo con su propio baño de colores sombríos, en esta nueva obra hace lo propio para proponer un viaje espeso por el cine de espías y lo fusiona con un estilo personalísimo, de tono gris oscuro, cochambroso y de turbias atmósferas ahumadas.
Los hombres que aquí vemos son personajes entumecidos, taciturnos y extraños. No estamos delante de espías apuestos que asaltan edificios sino que más bien se muestra un espionaje de despacho, casi imperceptible, cuyos filtradores de información luchan por sobrevivir desde el silencio. Un espionaje que se aleja de los efectos y de las turbulencias de la acción para adentrarse en una introspección de personajes que aguardan su momento de redención.