Tiene la gran virtud de dejar agujeros en el recorrido que deben ser llenados por el espectador.
Hay veces en las que superar el éxito de un filme del pasado y enfrentarse a un nuevo trabajo se convierte en algo verdaderamente difícil. Es lo que le sucede a Yorgos Lanthimos, quien con su Canino logró ese punto de inflexión con el que era su segundo proyecto cinematográfico. El primero, Kinetta, es una de esas obras que sólo se ha podido ver en circuitos especializados por lo que no es referente popular para analizar esta tercera tentativa llamada Alps, en la que un grupo de personajes sustituyen a personas fallecidas a petición de amigos y familiares.
Lanthimos ha afirmado por activa y por pasiva que Alps no es un segundo episodio de Canino, seguramente pretendiendo centrar la atención únicamente en esta nueva obra. Lo cierto es que es prácticamente imposible desvincular ambos filmes del imaginario colectivo pues cualquiera que los haya visto pensará que se trata de un díptico elaborado basado en la tragicomedia humana más surrealista que a uno se le pueda ocurrir. Y aquí es donde empieza la constante comparativa entre Canino y Alps, inevitable y divertida a la par, que invita a jugar a la búsqueda de las siete diferencias.
Si Canino construía un mundo encerrado y obligatorio basado en unas normas arbitrarias de vida, Alps erige un microcosmos teatral de vidas fingidas que también tiene unos mandamientos propios que deben seguirse y que, por supuesto, se romperán en algún punto del desarrollo argumental. Si la primera ejercitaba la sátira mediante la creencia ciega de las palabras en torno a la figura autoritaria paterna, ésta nueva propuesta corretea con las creencias pretendidas de un grupo de personajes que tratan de suplantar su soledad y su duelo con un puñado de extrañas interpretaciones dentro de la pantalla.
No pretendemos hacer aquí un inventario sibilino de semejanzas y distingues sino señalar que Alps es una obra diseñada, o bien para que sea disfrutada por aquellos que aplaudieron Canino, o bien para nuevos adeptos dispuestos a dejarse arrastrar por mundos provocadores, minimalistas y, sobre todo, ajenos. Tiene la gran virtud de dejar agujeros en el recorrido que deben ser llenados por el espectador ya que Lanthimos confirma la especialidad de travesear con el espectador, de provocarle el asombro para después darle una dolorosa estocada.
Podría ser una cinta sobre la ausencia de aquellos que se han ido, podría ser un coro griego que canta al dolor del duelo y de los miedos sociales, pero finalmente no es nada de todo esto sino mucho más. Algunos han dicho que es una metáfora sobre la muerte del cine, otros afirman que se trata de una lectura grotesca sobre la crisis de la nueva Europa. Aquí nos quedamos con pensar que se trata de una maqueta bizarra de las miserias terrenales que quizás no alcance la perfección narrativa de Canino -he aquí la gran diferencia- pero igualmente se revela como una obra moderna y fascinante (su gran similitud).