Una historia que no busca construir diálogos, situaciones y personajes memorables, sino que se limita a buscar la sal gruesa gratuita y cafre.
En los años recientes estamos viendo cómo el recurso del “metraje encontrado” y del falso documental han ido ganando terreno en el séptimo arte. Si bien en un primer momento se empleaba en títulos del cine de terror –con un hito importante en El proyecto de la Bruja de Blair, pero más adelante también con El diario de los muertos, Rec, Paranormal activity o El último exorcismo, por nombrar unos cuantos–, su esfera se ha ido ampliando con el paso del tiempo al género fantástico –Monstruoso, Chronicle, Distrito 9, Monsters–, e incluso a series de televisión de un corte claramente cómico como The office, Modern family o Death Valley. En Project X se utiliza en cine por vez primera la excusa de haberse encontrado un material grabado para dar forma a una desmadrada comedia. O a una comedia sobre un desmadre, que no viene a ser lo mismo aunque suene parecido.
El argumento de la película no reviste demasiada complicación. Tres adolescentes de último curso de instituto deciden montar una fiesta de cumpleaños en casa de los padres de uno de ellos, aprovechando la ausencia de los mismos. Será su gran oportunidad para dejar de pasar desapercibidos entre sus compañeros, dándoles algo digno de recordar en años venideros, a la vez que pueda servir a estos perdedores para promocionar socialmente entre sus iguales.
Como resulta fácilmente imaginable, la fiesta es una mera excusa para que campe libremente el alcohol y para que hasta el más negado tenga oportunidades de apuntarse alguna que otra experiencia sexual en su haber. En ese sentido, poco se diferencia de las decenas de “estúpidas películas americanas” que se han ido estrenando desde años atrás, en el intervalo entre las sagas de Porky’s y de American Pie, pasando por las gamberradas más o menos acertadas de Judd Apatow o enfoques con protagonistas más maduros como Resacón en Las Vegas (precisamente Todd Phillips, su director, produce la cinta que aquí nos ocupa).
Se ha apuntado que estamos ante un retrato generacional que contiene jugosas lecturas sobre cuál es el estado de la sociedad norteamericana actual, y que el film es una metáfora que disecciona los mecanismos de ocio juveniles, para escándalo de sus progenitores. Sin embargo, poco de eso se encuentra tras su visionado desprejuiciado, ya que prácticamente todo gira en torno a cómo organizar la fiesta, cómo disfrutar de ella al máximo –metiéndose de todo, dejándose hacer de todo por el género femenino– y cómo enfrentarse a situaciones extremas cuando la cosa se va de madre.
Si algo puede destacarse de Project X es su habilidosa construcción visual, tomando imágenes de varias procedencias –hoy en día todo el mundo lleva encima alguna cámara–, entroncando dicho hecho con fenómenos como el de YouTube, y que a buen seguro encantará a los adolescentes que vivan enganchados a ciertos programas de la MTV que cantan las virtudes de la adolescencia loca y descontrolada.
En el lado negativo de la balanza, decir que el metraje, aunque breve, está alargado para casar con los estándares: son innumerables –y no aportan nada– las escenas de estética videoclipera que sirven de enlace entre situaciones, ilustradas con música machacona muy del gusto de los quinceañeros que serán el público más agradecido de esta producción. Además, la vacuidad de los que estamos presenciando evidencia que esta película ya la hemos visto –la rubia modosita contra la morena más lanzada que pugnan por nuestro protagonista, por poner un ejemplo–, y solo el apocalíptico tramo final levanta a base de pirotecnia (metafórica y literal) una historia que no busca construir diálogos, situaciones y personajes memorables, sino que se limita a buscar la sal gruesa gratuita y cafre. Véase si no el enano que se dedica a repartir puñetazos en los genitales: el colmo de la hilaridad.
Tampoco son elogiables las trampas con que se busca alargar lo narrado –¿dónde se mete la policía después de su primera visita?–, lo inverosímil de muchas de las cosas que suceden, ni el ligero aburrimiento que se produce casi desde su mismo arranque, no contando con elementos suficientes como para poder hablar de una comedia divertida, transgresora ni inteligentemente irónica. Y mejor no profundicemos mucho en la desafortunada moraleja –el fin justifica los medios– a la que se acaba derivando.
Pese a todo, probablemente estemos ante una cinta que marque un antes y un después en el género de las comedias gamberras adolescentes, y que triunfará entre los muchachos que ahora mismo tengan sus hormonas en plena ebullición y deseen presenciar una comedia sin demasiado sentido llena de gente desfasando.