No parece que la adaptación de videojuegos al cine vaya a dar muchas glorias en un futuro cercano. Queda quizá la posibilidad de que Resident Evil haga sentir, si quiera en la distancia, emociones algo parecidas a las del survival horror, pero por lo demás se están acumulando películas para uso exclusivo de fanáticos de sus respectivas fuentes de inspiración, que no aportan al séptimo arte nada más que burda comercialización. Ejemplos de esta tendencia vienen desde Mortal Kombat hasta la reciente Tomb Raider, que si bien tienen su público, no dejan de ser torpes bodrietes para el desconcertado profano.
El caso de Final Fantasy es particular porque la idea es, más que convertir un juego en película, hacer una utilizando las técnicas empleadas en el desarrollo de este. Tal planteamiento sin precedentes, obedece al progreso técnico de los soportes de entretenimiento doméstico que vieron ya desde las 32 bits, como el uso de CD favorecía la posibilidad de hacer grandes intros para los juegos. Square Soft, marca de renombre en el terreno que le es propio, coge a su hijo predilecto que tantos éxitos le ha dado (especialmente en terreno nipón, donde se encuentran las primeras partes de un juego antiguamente no exportado) para hacer del mismo la excusa perfecta con que extender sus introducciones hasta la talla de largometraje.
Desprovistas de una estrecha unión cada una de las entregas de esta serie (cada uno de los programas tiene rasgos relativamente independientes), aquí la vinculación argumental es igual de débil ya que de lo que se trata es única y exclusivamente de utilizar sus recursos cinéfilos para, inspirados estos originariamente en el cine, emprender el camino de retorno y volver a la gran pantalla.
Aún así, una cosa es contar una bella historia repleta de imágenes digitales como aperitivo antes de iniciar una partida, y otra muy distinta quedar como mero espectador sabiendo que el producto que nos venden no empieza cuando toque usar el mando, sino con la exhibición gráfica que por muchas semanas que haya exigido para un buen moldeado de pelo, muestra momentos de gran inexpresividad que hacen inútil tanto trabajo. Plantea esta cuestión dudas en torno a la necesidad de emular tanto la realidad, pues sólo una complicadísima perfección evitaría esta sensación de frialdad aemotiva, que exige en todo caso desperdiciar muchas horas y grandes presupuestos para tratar de quitarle el trabajo a los actores.
En definitiva, mística de videojuego en una historia rimbombante donde 4 o 5 bonitas imágenes no hacen una película. Mejor será dejar todos estos recursos técnicos para otros géneros cercanos a las hilarantes Toy Story o Shrek , verdaderas obras maestras para todos los públicos.