Algo perdido teníamos al director colombiano Sergio Cabrera, que se diera a conocer con La estrategia del caracol: desde 1998, fecha de estreno de Golpe de estadio, no habíamos vuelto a tener ningún trabajo suyo en la pantalla grande. Ahora regresa con una historia ambientada en Bogotá, ciudad donde la corrupción campa a sus anchas, para narrarnos una historia de género negro protagonizada por un periodista que intentará esclarecer un horrendo crimen que acaba de cometerse, contando en su empeño con la ayuda de una prostituta y de un simpático oficinista.
El personaje principal, interpretado por el más que solvente Daniel Giménez Cacho, actor español que lleva una interesante trayectoria con diversos títulos a uno y otro lado del charco (su película más sonada, La mala educación de Almodóvar), es uno de esos entrañables perdedores con corazón de triunfadores que cree en la justicia, pese a que su corrupto entorno no deje demasiado espacio para la esperanza. A su alrededor se van arremolinando políticos especuladores y mafiosos sin escrúpulos que no dudan en hacer lo que crean conveniente para enriquecerse, urdiendo una importante trama inmobiliaria que no conviene que se haga pública. De ahí que intenten frenar al periodista entrometido que podría dar al traste con sus planes.
La cinta cumple algunos de los requisitos indispensables del buen cine de género negro: la ambientación de la ciudad donde sucede la acción está muy lograda y hay bastantes toques irónicos que critican ciertos elementos de la sociedad (ese coronel que quiere perder peso, por ejemplo). Sin embargo, el buen desarrollo de esta correcta obra se ve lastrado por una penosa sonorización que hace que sea muy complicado entender muchas de las frases de los personajes (a veces toca intuir aquello de lo que están hablando), así que sale uno del cine habiendo pasado un rato bastante entretenido, pero con la sensación de que se ha perdido muchos detalles que en el guión se dejaban caer de pasada y que hubieran enriquecido más esta película.