Esta secuela de la película dirigida por Chuck Russell en 1994 lo tiene todo para hundirse en el olvido sin remisión: han pasado demasiados años desde la primera parte, no cuenta con actores conocidos (el últimamente no tan omnipresente Jim Carrey) o con posibilidades de serlo (recordemos que Cameron Díaz no era nadie antes de aparecer en La Máscara), y ni la factura técnica de este producto ni la historia que le sirve de excusa para existir son nada dignos de reseñar. Tan sólo hay un claro deseo de aprovecharse del tirón del éxito de su predecesora para ver si algún incauto pica y se deja algún dinerillo en la sala cinematográfica. Con ese ánimo, no es de extrañar que de aquí a unos años nadie vaya a recordarla, o al menos no con especial agrado.
Asistimos en esta secuela a la búsqueda por parte del dios nórdico Loki de la máscara de madera que creó muchos años atrás, y que ahora deberá localizar a petición de su padre, Odín. La máscara ha caído en manos de un humano, que verá cómo gracias a ella su lado más desinhibido y gamberro sale a la luz, y acabará haciéndole a su mujer un hijo que no será todo lo normal que ambos hubieran deseado (de ahí el título original, El hijo de La Máscara). A partir de ahí presenciamos una ensalada de efectos especiales a tres bandas: Loki y sus poderes divinos, el bebé con habilidades especiales que hace el loco todo lo que puede y más (en claro homenaje a los dibujos animados de Tex Avery: no en vano el protagonista, también creador de series de animación, responde al nombre de Tim Avery), y la máscara de madera que posee y convierte en seres enloquecidos al perro de la familia y al propio personaje principal.
A veces los efectos están bien puestos, pero otras veces sencillamente sobrecargan e incluso transmiten mal rollo (el bebé parece el dancing baby televisivo de hace unos años). Hay escenas de animación de diverso tipo que acaban siendo de lo mejor del film (junto a cierto espíritu a lo Tim Burton de la ambientación), pero la historia va dando bandazos sin que tengamos la sensación en ningún momento de estar ante un proyecto de valía, ni siquiera medianamente entretenido. Los actores no son destacables, y sólo el pobre Alan Cumming clava lo poco que de aprovechable tiene su Loki. Quizá los pases televisivos de sábado por la tarde le hagan ganar puntos, pero ni aun así conseguirá el aprobado.