Modesta producción norteamericana en torno a un carpintero que tras cumplir una condena de doce años por abusar de varias niñas intenta rehacer su vida sorteando los escollos de la incomprensión ajena y de sus propios impulsos enfermizos.
La película está basada en una obra teatral de Steven Fechter, adaptada por él mismo y por la directora novel Nicole Kassell como guión cinematográfico que atrajo la atención del productor Lee Daniels (Monster’s Ball) y del matrimonio de actores formado por Kevin Bacon y Kyra Sedgwick.
El tema de El Leñador es delicado, pero Fechter y Kassell lo saldan con acierto. Las relaciones que establece Walter, el ex-convicto (Bacon), con una compañera de trabajo (Sedgwick), con el agente que controla su libertad condicional (Mos Def), con el psiquiatra que le trata (Michael Shannon), y con el único familiar que todavía quiere saber algo de él (Benjamín Bratt) sirven tanto para desarrollar el conflicto dramático como para mostrar los prejuicios con que son tratados los pederastas por quienes les rodean, y el verdadero calado del problema de los abusos.
A la vez se detalla el renacer en Walter de sus pulsiones, lo que aporta al relato honradez, y cierta poesía gracias a los simbolismos relacionados con los pájaros o una pelota roja -¿homenaje al Toby Damnit de Federico Fellini?-.
Las excelentes interpretaciones, una realización rigurosa (no sobran ni un plano ni un minuto), y una pintura naturalista de los interiores y las calles, hacen de El Leñador una cinta destacable, a pesar de la aparente discreción de sus aspectos formales y de la falta de bocinazos dramáticos a los que estamos malacostumbrados.
Desde luego, no se merece ni el desolador aspecto que ofrecía la sesión a la que asistí -¡seis espectadores en noche previa a festivo!-, ni las alucinantes quejas de una pareja que a la salida se sentía estafada porque creía que El Leñador era “de terror”. De terror, más bien, la ignorancia y la insensibilidad de algunos.