Pese al agridulce final, es “The Dreamers” una de esas escasas películas que al salir del cine le hacen sentir a uno más alto y joven. Aunque no existen “grandes tramas” o “brillantes giros argumentales”, Bertolucci consigue crear vida con la sencillez y sensualidad de los cuerpos desnudos de tres amigos en una bañera.
Una mirada hacia los días más ¿felices? del mayo 68 francés en los que el amor y la revelación del primer sexo se imponen ante la política de la calle. Porque en “The dreamers” se viven a la vez tres primaveras: la de París, la del despertar político de esa ciudad y la principal, la primavera de los cuerpos de los jóvenes protagonistas retozando felizmente entre el vino caro de papá, imitaciones en carne de la Venus del Milo y las películas de Jean-Luc Godard.
Bertolucci no ha filmado una película sobre barricadas ni cócteles molotov; “Soñadores” habla de las revoluciones internas, en paralelo siempre con la lucha caliente en la calle, un momento único en el que algo tan bello y utópico llegó a ser nueva Biblia para muchos, aquellos que asistían como vampiros hambrientos a la Cinemateque de París y pateaban sus calles lluviosas imitando las desordenadas y felices películas de la nouvelle vague.
Un sueño revolucionario que parte de la sensualidad para hacerse película; porque mezclando dolor, decepciones y placer, Bertolucci hace poesía con las ilusiones de una generación que confiaba más en la fuerza del sexo, las palabras y el amor que en las de manos empuñando pistolas.
El olor de una época que se respira en la película, porque aunque los protagonistas no pisen apenas la calle, entregándose a sus cuerpos entre las paredes de la mansión que los acoge, la sala de cine huele innegablemente a revolución cuando las imágenes de “The Dreamers” comienzan a desfilar sobre la pantalla.
Bertolucci ha filmado haciendo poesía del pasado, mirando hacia atrás sin ira pero con los ojos puestos en Eros como artífice de la revolución, aquella que va paralela a los gases lacrimógenos y a las porras de la policía, la de los cuerpos jóvenes y bellos que se atraen tanto como la carne llama a la sangre, como la cabeza al sombrero.