Hace uso de unos determinados elementos temáticos y estéticos que remiten rápidamente tanto a la película original como a un buen puñado de películas de la reciente oleada asiática.
Trasladémonos unos cuantos años atrás, cuando una película japonesa llamada “Ringu” hizo que todos los cinéfilos girasen bruscamente sus cabezas para observar lo que se estaba haciendo en el género de terror de aquel país.
Los más dotados de memoria o sabelotodo dirán que títulos como “Kwaidan” u “Onibaba” ya mostraban aquella forma de cultivar cine de terror décadas antes de estrenarse la obra de Hideo Nakata, pero incluso ellos debían reconocer que la avalancha del género oriental que a raíz de aquella asolaría al mundo no tenia precedentes.
Volvamos al momento actual. Los estrenos, ya sea en cine como en formato domestico, de cintas como “The Eye”, “Dark Water” o “La Maldición” entre otros se han normalizado relativamente y el público de nuestro país ya tiene acceso de forma regular a este tipo de trabajos, a lo que también han contribuido los remakes norteamericanos.
El hecho de ver ahora un título de suspense oriental por estos parajes ha dejado de ser una rareza reservada a los más sesudos para convertirse en algo cotidiano. Y es ahora, cuando nuestro paladar fílmico se ha amoldado más o menos que empezamos a ver detrás de su exotismo sus componentes y formas de manera analítica.
Todo esto viene a cuento tras el visionado de “El Pozo”. Secuela de la inquietante “Llamada perdida” del desigual pero siempre interesante Takashi Miike –el porque el título español parece querer evitar dicha conexión escapa a mi conocimiento-, los responsables hacen uso de unos determinados elementos temáticos y estéticos que en la memoria del espectador medio remiten rápidamente tanto a la película original –algo inevitable dado su carácter de secuela- como a un buen puñado de películas de la reciente oleada asiática: protagonistas juveniles cuya vida aparentemente normal se ve invadida por lo desconocido, argumentos que toman como base leyendas urbanas, fantasmas femeninos de ojos negros, larga melena y extraños movimientos y sonidos corporales, traumas y maltratos infantiles como origen de fenómenos extraños, ambientes llenos de humedad, apariciones espectrales en los rincones mas insospechados, escenas de lucha con armas blancas o similares de por medio, etc.
Son tópicos, elementos recurrentes y fórmulas básicas que conforman sus constantes y cuya aplicación es la misma que las de sus coetáneos en otros órdenes cinematográficos como así sucede en las artes marciales, el western o la comedia romántica.
Ello no tiene por qué ser malo y de hecho incluso puede ser un punto a favor para un director que busque dar un vuelta de tuerca a la historia y pillar con la guardia baja a su público, pero lo cierto es que la fascinación ya no es la misma. Visto así “El Pozo”, debut cinematográfico del director Renpei Tsukamoto no engaña a nadie y se revela como una más que competente muestra de terror, dotada de esa facilidad con la que parecen estar bendecidos los directores asiáticos para planificar escenas contando con los elementos más sencillos y cotidianos que son capaces de hacer saltar en la butaca a los espectadores mejor que el mas lujoso y trabajado de los efectos especiales. La trama, con sus personajes normales y corrientes y el terrorífico giro que da a elementos tan comunes y extendidos como el uso del teléfono móvil consigue que pese a la presencia de fantasmas, maldiciones y otros recursos sobrenaturales, el público padezca esa angustiosa situación –tan atractiva cuando uno se sabe a salvo- de te puede pasar a ti, mientras que la banda sonora disfruta de unas inquietantes partituras que aumentan el nivel de pulsaciones del corazón y propician el erizamiento de la piel, preparando al incauto que se atreva a visionar la película para un susto en toda regla.
Nada nuevo bajo el sol en esta ocasión, pero aún así, incluso en sus propuestas mas formularias y reiterativas, el terror asiático sigue ganando por goleada al producido en occidente y mostrándose como fuente más arriesgada, refrescante e innovadora de los últimos años. Aunque ya no nos pille tan de sorpresa.