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Reestreno cinematográfico de “Lola Montes”

Obra maestra y póstuma de Max Ophuls

Un artículo de Redacción || 06 / 10 / 2006

A partir de hoy, y durante las próximas dos semanas, los cinéfilos madrileños y barceloneses tienen la oportunidad de ver en pantalla grande Lola Montes, obra cumbre de la realización cinematográfica y última del cineasta alemán Max Ophuls.

Ophuls, nacido en 1902 en Saabrücken, y bautizado con el nombre de Maximilian Oppenheimer, se inició en el mundo del espectáculo como actor y director teatral. Salta al cine con films románticos y trágicos como Libelei (1932) o Die Verkaufte Braut (1932), pero se ve obligado a abandonar su país natal en 1933 debido a su ascendencia judía. Se instala en Francia –donde se nacionalizará en 1938- y allí rueda una serie de películas elegantes y pasionales (De Mayerling a Saravejo, 1940) que llaman la atención de Hollywood.

En la apodada Meca del Cine Ophuls no termina de estar cómodo, aunque filma películas tan interesantes como Carta a una Desconocida (1948) y Atrapados (1949). Es en cualquier caso con su regreso a Francia en 1950, cuando el genio visual y dramático de Ophuls se desata: La Ronda (1950), El Placer (1952) y Madame de… (1953) se caracterizan por la estructura no lineal de las historias, que destilan además una perfecta conjunción de melancolía y joie de vivre; por los gráciles movimientos de cámara, y por una radiante fotografía en blanco y negro.

Tan solo esta última característica está ausente en Lola Montes, rodada en un colorido Cinemascope por estar de moda en 1955 tal sistema. Y Ophuls usa el formato panorámico de una manera tan creativa como artera. Creativa, porque lo aprovecha al máximo en lo que se refiere al despliegue de espectaculares decorados y al movimiento a su través de la cámara. Y artera porque las figuras humanas suelen situarse juntas, ocupando tan solo una porción del encuadre, e incluso coartadas en ocasiones por dos bandas verticales negras. Estrategias que remiten al plano tradicional en vez de al apaisado.

Pero no es únicamente la pericia técnica de Ophuls, que le ha granjeado la admiración de realizadores tan dispares como Martin Scorsese o Baz Luhrmann, la que marca la calidad de Lola Montes. Es en su protagonista, una mujer que se debate entre la libertad y sus muchos amantes, y que no acepta de ninguna manera la sumisión al orden tradicional decimonónico en que se desarrolla la acción, donde hallamos la raíz de la fascinación que sigue despertando el film. Lola, encarnada por Martine Carol, terminará sus días como parte de un espectáculo circense en el que ofrecerá como máxima atracción su propia existencia, representada en vivo para el público burgués que abarrota la carpa, y a través de numerosos flash-backs para el espectador cinematográfico. Una compleja fusión de miradas que enriquece la narración, lastrada por otra parte por una cierta irregularidad seguramente achacable a los cortes que los productores impusieron en su momento al metraje, que pasó de 140 a 90 minutos.

La versión que distribuye Notro Films estos días en España dura 110 minutos, y es respetuosa con las intenciones originales de Max Ophuls. Pero debe añadirse que, al menos en el caso del Pequeño Cine Estudio de Madrid, la proyección peca de oscura y difusa; algo que constituye, especialmente en el caso de Lola Montes, un despropósito que limita la utilidad de la propuesta En Cine x 14 Días.











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