Espléndida comedia pese a, o mejor dicho gracias a, un fondo de comprensible tristeza.
Los verdaderos amantes de la comedia; aquellos que comprenden que la risa surge de encogerse de hombros ante el absurdo y la tristeza de la vida; aquellos hartos de Jennifer Aniston, Vince Vaughn, Owen Wilson y demás payasos banales y sin gracia que atestan la cartelera, están de enhorabuena. Que corran la voz: Pequeña Miss Sunshine es la mejor comedia norteamericana no ya de esta temporada sino, a falta de anuarios a mano para recordar otra, de los últimos tiempos.
Lo tiene todo: Una clan tan disfuncional que cada uno de sus miembros se bastaría para protagonizar por sí solo un drama. Una niña, la hija pequeña, que pretende ganar un concurso de belleza infantil sin ningún mérito objetivo para ello. Un viaje, emprendido por toda la familia para acompañar a la menor en la final del concurso, que no puede acumular más circunstancias desastrosas. Y un final que no deja ningún resquicio a la esperanza.
En una jugada prodigiosa, tales ingredientes son manejados por el guionista novel Michael Arndt y los directores novatos Jonathan Dayton y Valerie Faris en un irresistible registro cómico que no desvirtúa el discurso de fondo propuesto por la película -que no es otro, más allá de su crítica a la cultura del éxito, que el de recordar que la mayor parte de los sueños acaban en el desagüe, y que la madurez consiste en aceptar que eso tampoco es tan grave-; sino que lo hace fluir con un ritmo, un ingenio y una ligereza que no permiten al espectador dejar de sonreír durante toda la película.
Es imposible obviar que gran parte del secreto de Pequeña Miss Sunshine reside en el reparto, en el que han coincidido un grupo de actores muy idiosincrásicos y a la vez creíbles como parte de una familia: Greg Kinnear en el papel de Richard, un padre patéticamente obsesionado con la formulación de recetas para obtener la felicidad; Toni Collette como su mujer, Sheryl, cuyo desencanto es el ejemplo palmario de la incapacidad de Richard para llevar a la práctica sus postulados teóricos; Paul Dano como el hijo mayor de la pareja, Dwayne, seguidor de la filosofía de Nietzsche y reacio a comunicarse con los suyos de viva voz; un hilarante Alan Arkin como abuelito enganchado a la heroína; un no menos gracioso Steve Carell, muy lejos de Virgen a los 40, interpretando al hermano de Sheryl, Frank, que se apunta al viaje más que nada por no suicidarse; y la explosiva niña actriz Abigail Breslin encarnando a Olive, la única del grupo capaz, gracias a su poquita edad, de mantener la ilusión por algo.
De existir un premio merecido a un colectivo de actores sería el concedido a estos seis intérpretes. Y por extensión, de existir algo de justicia, en la catarata de premios que se concederá a principios de 2007 Pequeña Miss Sunshine debería recibir unos cuantos.