Tras su larga estancia al frente del plantel de la serie House, Hugh Laurie retoma su carrera cinematográfica –a la que había regresado en puntuales ocasiones durante ese periodo– protagonizando una comedia donde un hombre casado y con hijos se enamora y establece una relación con la hija postadolescente de sus vecinos y mejores amigos. El vuelco que se producirá en las sosegadas vidas de las dos familias implicadas será el motor que impulsará La hija de mi mejor amigo, debut en largometraje de Julian Farino, realizador que hasta la fecha se había especializado en notables productos televisivos como El séquito, Roma, Big love o Buscarse la vida en América.
Enfrentados a su visionado, sorprende el buen ojo de sus responsables para elegir a actores de calidad que representen esta historia. A Laurie hay que sumar nombres tan eficaces como los de Catherine Keener, Allison Janney y Oliver Platt, además de una Leighton Meester cada vez más presente en la cartelera. Sin embargo, una vez metidos de lleno en la trama, es inevitable sentirse decepcionados por el poco aprovechamiento que, en general, se ha hecho de un reparto así. Es como si el libreto no estuviera a la altura –aunque contiene diálogos ingeniosos, qué duda cabe– de unos actores con tanto potencial, capaces perfectamente de levantar una película ellos solos.
Tras un primer tramo más rompedor, donde se vierte veneno sobre la supuesta felicidad hogareña de la Norteamérica de los barrios residenciales, lo cierto es que el interés va decayendo a medida que la incorrección inicial va dando paso a la búsqueda de la bondad innata de todos los personajes. El filme pierde fuerza y flaquea a la hora de enfrentarse con sorna a esas reuniones familiares tan típicas en fechas señaladas del calendario, además de decantarse por dedicar excesivo tiempo al triángulo amoroso sustentado en el padre, su hijo y la vecina.
A modo de versión descafeinada de American beauty (Sam Mendes, 1999), la cinta gira en torno a cómo es posible encontrar la felicidad en según qué contextos, aunque a diferencia de aquella pase de largo por la crisis de la edad madura de su protagonista y prefiera potenciar el conflicto romántico. Distraída pero inofensiva, La hija de mi mejor amigo rinde por debajo de sus posibilidades, proporcionando al espectador unas cuantas risas que se antojan insuficientes.