Dos afamados actores, uno de bueno y uno de malo, son todo lo que a veces se necesita para prever el resultado de un presumible thriller policiaco con aspiraciones de tensión aderezando tópicos. La tercera película -segunda distribuida en España- de Chirstopher Nolan podría haberse quedado en esa categoría, de no ser porque a alguien capaz de llevar la complicación a su máximo exponente en Memento, se le presume cierta habilidad para dar ritmo y captar atención.
Es así como un simple "poli busca a psicópata vacilón, con el teléfono burlón" se convierte en algo más, y ese algo más no es poco. Robin Williams, probablemente algo cansado -no tanto como nosotros- de sus papeles de tierno corazoncito dulce, repite cambio de bando tras "retratos de una obsesión". No se trata de cargar un personaje con maldades abominables hasta el desahogo, sino de dar alguien real para que Al Pacino haga su trabajito. A este, en el papel de héroe cuestionado, se le complican muy pronto sus correrías: todo parece encaminado a desquiciarlo en la lejana Alaska, donde el sol no descansa de noche... y él tampoco.
Su angustia se va acumulando, y Nolan la refleja con planos súbitos y acústicas agudas. Aporta atmósfera, y consigue que la luz del sol acabe desesperando. Con el agravente de que -inexplicablemente- en la habitación de su hotel no hay persianas.
Puede que no se haya repetido el hallazgo de Memento, una formula demasiado enrevesada como para que funcionara una vez, pero coger un tema manido y presentarlo de esta forma no es algo al alcance de muchos realizadores. Así, con este remake del film noruego de Erik Skjoldbjærg, su trayectoria ahora que puede contar con estrellas de renombre sigue intachable.