La manera de contar una película con asesino psicópata dentro cambió radicalmente a raíz del éxito de Seven (1995), de David Fincher, aunque en el fondo se seguía contando exactamente lo mismo. Un caso parecido ha acaecido en esta primera década del siglo XXI en el género, a raíz del triunfo de la insufrible Saw (2004), de James Wan. Ahora, la truculencia narrativa y visual ha dado paso a una penosa languidez argumental decorada con mil florituras que sólo sirven para rellenar minutos de metraje hasta llegar al consabido giro de guión que obliga a replantearse toda la trama. Este lamentable golpe de efecto final, al que no sólo recurre continuamente el thriller (americano o no) sino también otros productos adscritos a géneros muy diferentes, y que puso de moda la sobrevalorada El sexto sentido (1999), de M. Night Shyamalan, pero que como todo en el arte lleva inventado desde hace mucho tiempo; es el eje sobre el que se articula la nueva película del británico Roland Joffé, Captivity (2007), segundo intento del realizador por acometer un thriller que, como la primera vez con Goodbye Lover (1998), se salda con un resultado desastroso.
Podríamos recomendar al nefasto director una vuelta al cine que mejor conoce y que más ha hecho: el pseudo-histórico. Pero tras comprobar los mediocres resultados de filmes tan discutibles como La misión (1986), Creadores de sombra (1989), La letra escarlata (1995) o Vatel (2000), donde ni hacen un buen trabajo intérpretes de la talla de Robert De Niro, Paul Newman, Gary Oldman, Robert Duvall o Uma Thurman, habría que sugerirle un sano retiro, que todavía está a tiempo de no pasar a la Historia del Cine como uno de los peores directores de todos los tiempos.
En Captivity nos encontramos con una modelo secuestrada y encerrada en una habitación desde donde es vigilada por su captor. Al mismo tiempo, acompañamos a los torpes policías que deben encontrarla. La película se despliega ante nuestros atónitos ojos como un burdo carrusel infantiloide, que contiene absolutamente todos los tópicos que han acabado con el género. Aburrida, alargada, ingenua en el peor sentido, vulgar, Captivity demuestra la incompetencia de su realizador de manera vergonzosa. Joffé nunca se ha caracterizado por filmar excesivamente bien, pero al menos sus películas resultaban competentes desde el punto de vista de la composición del plano y de la organización de los elementos que conforman sus funcionales puestas en escena. Aquí, la estupidez puebla por completo la propuesta, que podría haber estado rodada por cualquier esbirro de Hollywood al que le hubieran ofrecido tal artimaña argumental para ir cogiendo práctica tras las cámaras. Con cierto aroma a telefilme artificioso, la película transcurre dentro de los márgenes de la ordinariez más petulante, tratando de hacer cátedra en cada momento cuando no hay nada que la diferencie del resto. La sonrojante torpeza, las irrisibles pretensiones a las que aspira y la infame calidad de sus materiales de base empeoran cuando, llegado el momento decisivo en el que el guión da el consabido giro que nos dejará pegados a la butaca inmersos en un sorprendente desconcierto, el elemento sorpresa no es tal, pues venía siendo evidente media hora antes. Para más inri, la operación está protagonizada por una aspirante a estrella cinematográfica, que a lo más que llegará a aspirar en su carrera es a ganar alguna edición del Gran Hermano para famosos.
Dicen que el público juvenil, el máximo consumidor de este tipo de películas, empieza a darle la espalda a los productos americanos. Sea cierto o no, lo evidente es que cintas como ésta copan cada semana un buen número de salas, impidiendo una sana distribución a otros filmes de mayor enjundia. Este hecho pone en entredicho la inteligencia media de los espectadores de cine (no sólo los españoles), aunque se escuden tras la manida excusa de que ellos no van al cine a sufrir, sino a entretenerse. Habría que recomendar un sano ejercicio de reflexión a todos ellos de manera urgente: ¿de verdad logran entretenerse con semejante patraña? ¿Tan poco exigentes son cuando se trata de elegir un instrumento para su evasión mental? A juzgar por los resultados, sí.