Adaptar una novela de Almudena Grandes a la gran pantalla se está convirtiendo en pan de cada día en la “industria” cinematográfica española. La última en llegar es Atlas de geografía humana, de cuya adaptación se ha encargado la directora Azucena Rodríguez, en colaboración con Nicolás Saad y la propia escritora. Tras más de una década sin coger las riendas de ningún proyecto cinematográfico, la directora de Entre rojas (1996) acomete ahora esta historia de cuatro amigas que rondan los cuarenta y que se plantean qué es para ellas el amor y el papel que éste debe jugar en sus vidas. Dejando a un lado la presunta fidelidad con el libreto, la obra resultante termina por ser endeble, complaciente y rutinaria.
Atlas de geografía humana juega a hablar de sentimientos, pero se limita a dibujar perfiles opacos de las almas de sus personajes; presume de narrar la angustia generada por el amor o por la falta de este en el ser humano, pero únicamente representa superficialmente las tópicas maneras de afrontar el caprichoso sentimiento. No hay nada en la cinta de Rodríguez que no hayamos visto antes en otras tramas de aburguesados españoles de mediana edad que beben buen vino bajo una luz tenue mientras no paran de largar por su boca cada mínimo detalle que conforma sus sentimientos.
Nos encontramos ante un tipo de cine que de tan recurrido en nuestra cinematografía podría constituirse como un subgénero en sí mismo al empezar a tener normas propias, como pueden ser una planificación esencialmente servicial, que da una molesta importancia a los carismáticos rostros de los actores, descontextualizándolos y desnaturalizando sus reacciones; una esquemática puesta en escena, casi rudimentaria en su representación espacial (donde los decorados más demandados suelen ser salones, habitaciones, oficinas o restaurantes en los que los protagonistas se mueven sin tenerlos presentes) o lumínica (una fotografía estándar, donde cada objeto brilla con luz y color propios y cada intérprete reluce bien definido dentro del plano, sin ninguna sombra acechándole); y una omnipresente y fastidiosa banda sonora que cuenta aquello que las imágenes por sí solas no son capaces de transmitir, y si es música clásica o jazz muchísimo mejor pues ayuda a enmarcar a los personajes y a la historia dentro del debido estatus social que manda el “género”.
Con estos ingredientes, Atlas de geografía humana no pasa de ser un bienintencionado y correcto melodrama, de elegante envoltura y aceptables trabajos de sus actrices (aunque el de María Bouzas merezca una consideración aparte), que no supera el nivel de un artificial y rudimentario telefilme de sobremesa.
Las pocas virtudes de la propuesta se esfuman, como también lo hacían en la anterior obra de la directora, a base del convencional academicismo exhibido durante todo el metraje, dando lugar así a un impersonal y en nada original largometraje con ciertas ínfulas de convertirse en panacea de una corriente pro-feminista del cine y con un desarrollo pesado y estirado al que no le vendrían nada mal unos cuantos minutos menos. Es posible que la película, presente en la Sección Oficial a concurso del reciente Festival de Cine Español de Málaga, arrastre a las salas a los muchos fans de la novela original, pero podemos concluir señalando que no aportará nada especialmente reseñable a la producción anual patria, ni tan siquiera servirá de mucho a su realizadora, a no ser por el hecho de no perder práctica tras la cámara, labor para la que no es necesario organizar un empeño como este atlas de personajes sin relieves ni depresiones.