Quién ha visto y quién ve a Diane Keaton. La que durante un tiempo fuera musa de Woody Allen y posteriormente volviera a dar señales de su talento en la espléndida Misterioso asesinato en Manhattan, dirigida también por el más famoso aficionado al clarinete, parece haber caído en los últimos tiempos en un bucle del que le será difícil salir (suponiendo que quiera hacerlo, claro está): Cuando menos te lo esperas, La joya de la familia y la película que aquí nos ocupa son una muestra clara de que a la actriz se le busca para un tipo muy determinado de papeles, claramente orientados hacia la comedia simple basada principalmente en la expresividad de la veterana actriz.
El problema es que intentar fundamentar toda una película sobre su personaje, cuando éste se hace insoportable (debido en partes iguales al argumento y a la interpretación de una Diane Keaton chillona, gesticulante y pasadísima de rosca) conlleva que esta se atragante de mala manera al espectador, como es el caso.
¡Porque lo digo yo! es una comedia romántica donde una histérica madre se pone a la búsqueda de un novio estable para Milly (Mandy Moore), una de sus tres hijas. Durante los cinco primeros minutos de proyección se nos machaca inmisericordemente con la necesidad de la chica de encontrar pareja (por si algún espectador despistado no acaba de pillar el concepto, suponemos), y en los cinco minutos siguientes la madre se dedica a entrevistar a posibles candidatos, a cuál más tópicamente friki. Eso sí, de pronto conseguirá reclutar para la causa a dos buenos partidos para Milly, con lo cual debería establecerse en el público una especie de incertidumbre (que durara hasta el final del film) sobre con cuál de los dos candidatos se quedará finalmente la moza.
Y debería porque la resolución se antoja tan obvia desde que nos presentan a los dos muchachos que ya sabemos cómo va a fluir todo para llegar al final tan claramente previsto y tan mal disimulado. Viendo los rasgos de los dos individuos en liza (un arquitecto frío, distante y forrado de pasta contra un músico bohemio bastante enrollado) hay que estar muy despistado para no saber por dónde van a ir los tiros.
El desarrollo de ¡Porque lo digo yo! está repleto de supuestos momentos cómicos que sólo contentarán a los amantes de las caídas y los golpes telegrafiados con varios segundos de antelación. Hay varias tartas que se estrellan contra el suelo o contra la cara de algún personaje, un niño bastante pasado de revoluciones que habla de vaginas, un perro que se excita oyendo vídeos porno... y, ante todo, una madre insoportable que puede perfectamente hacerse merecedora de una de las pocas frases acertadas de la película (Si pudiera callarse, aunque sólo fueran cinco segundos..., dice una de las secundarias). Algo debían intuir los guionistas cuando decidieron que el personaje debía quedarse afónico durante un buen rato.
Lo más triste de esta producción es que te quedas esperando que al menos haya un único chiste que en un futuro cercano asocies con su título, pero ni por esas: lo único recordable será, quizá, el doble juego amoroso que mantiene Milly con sus dos pretendientes, y que se presenta con una naturalidad sorprendente en un Hollywood siempre tan mojigato.