Acercarse a una leyenda, ya sea en ámbitos tan dispares cmo la literatura, el cine o la música supone hacer frente a un más que notable reto. Este desafío entraña diversos grados de dificultad entre los que se encuentra la buscada comunión entre el ser humano y la genialidad del mito, todo ello llevado a cabo de una manera más o menos convincente. El género del “biopic” se ha visto envuelto en agrias polémicas, sumándose a ello no pocos detractores –normalmente amantes seguidores del intocable icono en cuestión- que no han visto reflejados en su totalidad los triunfos de la figura retratada (ejemplo creciente el que tenemos en nuestro país con Lola de Miguel Hermoso).
El director Oliver Pahan realiza una radiografía de la vida de Edith Piaf optando por una narración, un tanto atropellada. Siguiendo las reglas no escritas del biopic, la infancia adquiere suma importancia, donde Edith Giovanna Gassion pasa sus primeros años en el burdel regentado por su abuela tras ser abandonada por sus padres. Una vez descubierta en plena calle para el mundo del espectáculo, el filme combina sin ápice de personalidad diversos episodios de su vida en los que las toxicomanías de la cantante hacen estragos en un cuerpo de extrema fragilidad.
Pero no nos engañemos, bajo esa apariencia se encontraba una mujer de una fuerza imparable encima del escenario, incluso en sus últimas apariciones ante un público volcado.
La elección de Marion Cotillard (Quiéreme si te atreves), ha sido sin duda su mejor baza a la hora de plasmar en imágenes el retrato de una existencia llena de sufrimiento, en la que no se descarta alguna salida de tono interpretativa. En cualquier caso, una de las voces más queridas y reconocibles de toda Francia, ha encontrado en la figura de Cotillard una interpretación arriesgada y enormemente efectiva, sumándose a los escasos aciertos de una cinta en la que reina el desbarajuste a la hora de narrar los encuentros y desencuentros entre personajes -su eterna amiga aparece y desaparece como por arte de magia, por no hablar de un episodio de la hija extrañamente colocado sin producir el efecto deseado-.
Todo esto en conjunto hace que la indiferencia haga mella en el espectador, que únicamente puede emocionarse cuando la voz de la poderosa Edith Piaf se apodera de la pantalla.