Quienes se rieran en su día con Zombies Party o Arma fatal reconocerán sin problemas muchos lugares comunes de los responsables de este film.
Desde que rondando el cambio de milenio Edgar Wright y Simon Pegg nos trajeran desde el Reino Unido la fresca y rompedora serie televisiva Spaced, nos quedó bastante claro que convenía seguir los pasos de esta pareja de guionistas que además se repartían las labores de dirección e interpretación respectivamente, secundados por un Nick Frost que daba empaque a uno de los secundarios más carismáticos de tan breve pero recordada teleserie (no en vano, a día de hoy siguen saliendo a la venta con cierta periodicidad ediciones especiales de la misma, con decenas de materiales extra para los seguidores de dicho título).
Casi tres lustros después de aquello, y ya transcurrida una década desde el debut en largometraje de esta particular troupe en la hilarante Zombies Party, Wright y Pegg cierran el círculo de su peculiar “Trilogía Cornetto” (sic), pasados seis años de Arma fatal, su excéntrico homenaje a las buddy movies. Y lo hacen con Bienvenidos al fin del mundo, un delirante trabajo donde bajo la apariencia de comedia cafre entran muchas cosas en juego.
Como punto de partida tenemos un quinteto de amigos empeñados –o al menos uno de ellos, el líder de la manada, que arrastra a los demás– en terminar un trabajo que dejaron inconcluso dos décadas atrás: completar la “milla dorada”, un recorrido por los doce pubs más característicos de su localidad natal. Al mismo tiempo que surgen las rencillas latentes entre ellos, después de mucho tiempo sin verse, se irán dando cuenta de que algo va mal en su pueblo, de que no todo encaja como debería... y hasta aquí podemos leer, para no destripar más de la cuenta.
En una lectura superficial de la cinta podríamos quedarnos con que es una efectiva historia que mezcla humor bruto, acción, algunos toques de drama, terror y ciencia ficción. También se puede loar su factura técnica, el ritmo que imprime –con trucos visuales y de montaje ya presentes en los trabajos anteriores de Wright– o el apoyo en la música para ganar enteros. Concretamente, el tocadiscos retrocede veinte años en el tiempo y nos sumergimos en himnos de la época Madchester, justo cuando los protagonistas acometieron su primer intento de completar la “milla dorada”: Primal Scream, Stone Roses, Happy Mondays, The Charlatans, Inspiral Carpets... todos ellos suenan cuando toca, y las letras o títulos de las canciones hacen siempre referencia a algo estrechamente relacionado con lo que sucede en la pantalla. Un detallazo para nostálgicos del sonido de aquella época.
Tampoco es desdeñable el esfuerzo por organizar coreografías dinámicas en los momentos de peleas en los bares –algo le ha quedado al director de su paso por la casi imprescindible Scott Pilgrim contra el mundo–, ni podemos dejar de mencionar el notable trabajo del plantel de actores, donde además de los mentados Frost y Pegg –sensacional este último, como siempre– tenemos a Martin Freeman, Eddie Marsan y Paddy Considine, que dotan de tridimensionalidad a sus personajes, algo raro de ver en productos cómicos de estas características.
Pero, como señalábamos, la cosa no se queda ahí. Quienes se rieran en su día con Zombies Party o Arma fatal reconocerán sin problemas muchos lugares comunes de los responsables de este film, pero en esta ocasión más allá de la mera parodia de géneros hay un trasfondo donde se habla de nostalgia, del imposible regreso a un pasado donde todo era mejor, de unos adultos frustrados y amargados, de la estandarización del pensamiento, de lo caóticos e imperfectos que somos los seres humanos –pero hay que querernos así (¿les suena de algo el emotivo discurso de Nathan en aquel episodio de la primera temporada de Misfits, justo antes de que descubriera sus poderes?)–, de la búsqueda de la redención... Poco que ver en esos aspectos con la reciente Juerga hasta el fin de Evan Goldberg y Seth Rogen, con la que se podría relacionar temáticamente.
Es obvio que esta película es más ambiciosa que sus predecesoras, aunque hay que agradecer que no transpire pretenciosidad. Pese a todo, también resulta la más irregular en su desarrollo, combinando momentos brillantes con otros menos lucidos (el final tal vez no sea demasiado redondo, por ejemplo). Pero, sobre todo, estamos ante un más que digno colofón para una trilogía temática que nos ha ofrecido muchas escenas y diálogos memorables, sabiendo llegar tanto a un público generalista como a amantes de cierto tipo de subgéneros. Ahora a esperar (con ganas) a ver qué hace Wright con el Hombre Hormiga de Marvel.