Cada género cinematográfico está repleto de grandes obras maestras que siguen emocionándonos a lo largo de los años. Si pensamos en “Casablanca”como la joya del melodrama romántico, “Cantando bajo la lluvia” es, sin lugar a dudas, la obra cumbre del cine musical.
La anécdota del film nos sitúa en el paso del cine mudo al sonoro, con la cantidad de divertidas y pintorescas situaciones que ello acarrea
Ese optimismo se encuentra ya en las primeras escenas de la película (la evocación de los comienzos del protagonista en el vaudeville), manteniendo esa arrolladora vitalidad hasta llegar a la máxima expresión de júbilo por el amor correspondido: el maestro Nelly cantando bajo una lluvia torrencial.
Los artífices de esta gloria musical (el señor Donner y un Gene Kelly en su mejor momento) supieron manejar con ritmo contagioso el torrente de ingenio escrito por Betty Comden y A. Green, basándose en innumerables anécdotas surgidas a raíz de la gran conmoción que supuso para Hollywood el descubrimiento del cine sonoro.
Si en el musical de los años 30 las canciones aparecían metidas con calzador en la historia (perdona Fred), en “Cantando bajo la lluvia” adquieren otra dimensión, se entrelazan sutilmente en la armonía del guión consiguiendo inmejorables resultados (magnifica la lección de fonética y el número de Donald O’Connor “Make’m laugh”).
Mención aparte merece la hermosa historia en la que Gene Kelly nos sumerge en el Broadway de los años 20 (inmejorable el tandem Kelly-Charisse), y la interpretación de una Jean Hagen tan difícil de olvidar (tanto ella como su peculiar voz).
Han pasado ya cincuenta años desde que esta maravilla musical vio la luz por primera vez y toda ella sigue conservando esa frescura desde el día de su estreno. Ahora ya entiendo porque los días de lluvia me ponen tan alegre, no puedo evitar imaginarme a Gene Kelly encima de una farola cantándome bajo la lluvia.