Estrenada incomprensiblemente en formatos domésticos en la mayoría de países, la sexta entrega del muñeco más enfermizamente diabólico del cine se perfila como la mejor de toda la franquicia desde que ésta iniciara su andadura en un lejano 1988. En parte porque la nueva relectura que se ha hecho del personaje la alejan de la astracanada cómica de las dos últimas entregas (muy reivindicables, eso sí), abogando ésta por un terror adulto y claustrofóbico, y por otra, porque se reivindica la manera de hacer del cine de terror artesanal, alejado de los agotadores y artificiales CGIS, con escenarios reales, un buen “script” y una banda sonora (del gran Joseph LoDuca) que potencia los momentos de tensión y refuerza la narración. Ahora Don Mancini, el guionista y creador de la saga original, se ha puesto al frente de esta entrega como realizador y, como tal, ha mantenido el espíritu del personaje, aunque por otro lado, y a pesar de ser solo un muñeco (que gasta muy malas pulgas, esto sobra recordarlo), veinticuatro son los años que han pasado desde que Chucky matara por primera vez, por lo que era casi obligado que el muñequito de marras madurara. La Maldición de Chucky (2013) da brío a una saga que necesitaba renovarse ante la proliferación de nuevos “psycho killers” que han nacido en los últimos años en el género “slasher”, pero que a pesar de sus efectismos mortales no disponen del carisma que sí alberga éste muñeco de trapo en su corazón homicida.

Un paquete sin remitente aparece en la entrada de la mansión de los Piers, una casa solariega habitada por una madre y una hija inválida. Como no podía ser de otro modo, en el interior del bulto hay un Chucky inmóvil y es en la mañana siguiente de su aparición cuando la madre aparece muerte en extrañas circunstancias… Después de celebrar el funeral, la tía de la muchacha decide instalarse en la mansión para ayudarla durante una temporada con los quehaceres del inmenso caserón junto con su marido y su pequeña hija; ésta última pronto se encariñará del afable muñequito y éste volverá a cobrar vida (si es que no la había cobrado ya) para desplegar todas sus artimañas para terminar con la vida de cada uno de los miembros de la familia Piers. ¿Con qué motivo? ¿Qué vínculo había mantenido con las dos hermanas cuando no era un muñeco, si no un humano con instintos homicidas? ¿Y sí las dos hermanas tuvieron la culpa de que fuera perseguido por la policía en la primera película? ¿Y sí su fatal destino en la famosa tienda de juguetes fuera provocado, en parte, por ellas?

Sin hacer ningún “spoiler” (aunque a éstas alturas creo que los fans ya la han visionado, pues se estrenó en video el pasado otoño), hay que apuntar que, aunque no lo parezca, Mancini ha mirado de respetar y preservar la cronología original, recurriendo a ciertos detalles argumentales de todas las séquelas, por lo que Chucky no será el “único” personaje que aparecerá en la macabra función. Pero explicar más de la cuenta de su trama sería como señalar el minuto exacto de cada uno de los sofisticados asesinatos, o saber qué personajes sobreviven y quiénes no. Mancini también ofrece una nueva vuelta de tuerca al origen del muñeco y repasa algunos aspectos de las perturbaciones del asesino Charles Lee Ray (encarnado una vez más por Brad Dourif y que obviamente también es el encargado de ponerle la voz al muñeco). Algunos temían que sí se tocaba los orígenes de la saga, La Maldición de Chucky se convirtiera en un “reboot” en toda regla, pero después de ver como se conecta el pasado del personaje con el presente, hay que concluir que se trata de una séquela muy bien hilvanada, que por fin engrandece la franquicia y tiene cabida dentro del cine de terror contemporáneo amparado por el mareante “found footage” (aunque no son pocos los que defienden La Novia de Chucky y La Semilla de Chucky, considerándolas como las verdaderas renovadoras de la saga, especialmente la primera, dirigida por el realizador hongkonés Ronny Yu).

Otro de los grandes aciertos, aunque no por ello algo previsible, es la de situar a una joven en silla de ruedas (interpretada por una muy comedida y aun poco valorada Fiona Dourif) como contrincante directa de Chucky, pues éste hándicap es perfecto para poder equilibrar (y mantener durante 90 minutos) el pulso entre ambos y poder justificar la fuerza sobrenatural del enano de trapo. Por lo tanto, con todo, se puede concluir que Mancini supera con creces el filme original que dirigiera Tom Holland (aunque nunca me cansaré de reconocerle los méritos, teniendo en cuento con los recursos que contaron para llevarlo a cabo, haciendo un filme tan divertido mediante una escenografía limitada pero excelentemente aprovechada). Con una elegante puesta en escena, una inteligente planificación, una coherente estructura narrativa y un par de twists en su clímax final con una sorpresa imprevista como colofón en forma de epílogo, La Maldición de Chucky es una más que notable película de género que, de acuerdo, no asusta, pero da muy mal rollo. Además cuenta con momentos de gore extremo y sadismo que, a pesar de no ser indispensables para el buen devenir argumental de la trama, ayudan a reforzarla. Sin embargo, lo mejor de todo es que conserva ese sabor artesanal que tanto se le echa en falta a este tipo de cintas. Un gran esfuerzo por parte de Mancini y que, dada la buena respuesta crítica y el entusiasmo que despertó entre los fanáticos del género más exigentes, ya se rumorea una continuación directa (lo que vendría a ser la séptima película dedicada al personaje). Esperemos que ésta, si se realiza, pueda estrenarse en pantalla grande.