‘Road movie’ alternativa y festivalera, tanto más efectiva cuanto menos sometida a los tópicos propiciados por su enrollado público potencial
En el último film del argelino Tony Gatlif, el verdadero viaje de Zingarina (Asia Argento) con destino a su propia naturaleza y al amor no arranca con las imágenes iniciales. Al contrario, durante los primeros minutos la Transilvania que recorre la joven en busca de un músico rumano del que se enamoró en Francia y que la dejó embarazada antes de volver a su país, es una región “de película” o, más bien, de reportaje enrollado en la línea de los que emiten habitualmente Cuatro o La Sexta. Una región definida por el buen tiempo, unos lugareños pintorescos, locales guays y festejos callejeros animados por tonadillas frenéticas, cuya estampa nos hace temer lo peor recordando la anterior cinta de Gatilf, Exils (2004), protagonizada como al parecer el grueso de su filmografía por personajes desarraigados y errantes, pero lastrada por una inconsciencia que hacía de ella, como ha señalado Jorge Mauro de Pedro, “una película idiota en el sentido más amplio del término”.
“¡Quiero ser feliz! ¡Quiero que alguien cuide de mí!”, lloriquea Zingarina una vez su antiguo amante hace estallar en pedazos sus ensoñaciones autocomplacientes. Será entonces, tras esta crisis sentimental la fuerce a escoger entre volver a Francia o hacer justicia a su nombre, cuando Zingarina correrá auténticos riesgos adentrándose, y con ella el público, en unos escenarios desolados, reales, sin puntos de referencia en las guías turísticas, que representan esa terra incognita que es el corazón. La atmósferica fotografía de Celine Bozon, el uso escenográfico del cuerpo de Argento, la alternancia de entornos urbanos y rurales modelados por un formato panorámico progresivamente desnudo, la abrupta narrativa de Gatlif, van labrando un paisaje físico y emocional que tiene el mérito de redefinir los tópicos goticistas y fantásticos asociados con Transilvania, y de terminar acogiendo un romance cuya belleza va en relación inversa a su tentadora idealización.
Aun así, las imposturas siguen haciendo acto de presencia; especialmente en lo referido a Asia Argento, mujer de un encanto arrebatador que en esta ocasión se deja llevar por su condición de musa modernita (inenarrable su aparición con “uniforme” de gitana), magnificada por un Gatlif obviamente tan enamorado de ella como el espectador. Por contraste la interpretación de Birol Ünel, en la piel de un nativo dedicado a la compra-venta de objetos que inicia una peculiar relación con Zingarina, resulta sólida y rica en matices.
Transylvania es una road movie de sabor alternativo que gana altura precisamente cuando deja de lado a sus potenciales consumidores de mochilas cruzadas y gafas de pasta.