Una historia puede tener una inspiración nítidamente real cuando sus hechos son fácilmente identificables en el mundo exterior, y a pesar de ello ser absolutamente maniquea. La de Erica Bain (Jodie Foster), locutora de un pedante programa de radio que en uno de tantos alardes de incompetencia de los guionistas no logra nunca parecer ameno, es la de una mujer que una noche acaba brutalmente agredida junto a su prometido, Naveen, que muere en en el ataque para permitir que su intérprete huya a toda prisa a continuar el eterno rodaje de Perdidos (donde da vida a Sayid Jarrah).
La trama no se aleja de lo que pueda encontrarse en la sección de sucesos de cualquier periódico con cierta regularidad, lo particular es la reacción del personaje, en que ante la mecánica respuesta de las fuerzas del orden, entre agotadas y tercamente protocolarias, le llevan a ser vengadora accidental de las injusticias que se le cruzan en su camino.
Semejante alegato de venganza y justicia visceral no podía si no acabar siendo número uno en la taquilla estadounidense. Cosas culturales. Aquí nos habríamos ido por la historia de un presidiario convicto que en la soledad de los muros de la cárcel descubre la poesía, la belleza de la vida, las maravillas de la creación, y se compadece por el recuerdo de su infancia truncada. La que necesariamente le llevó al alcohol y las drogas y en donde las víctimas de su violencia no son si no una lágrima más para su frágil corazón. Otra diferencia es que la película española, por costumbre, no la habría visto nadie.
Volviendo a La extraña que hay en ti, su visionado no puede sino realzar el mérito de películas amplias en miras y certeras en complejidad como la Crash de Paul Haggis. No ayuda que el reputado Neil Jordan como director se limite a inclinar la cámara para expresar la angustia y tormento del personaje principal. Que evidencie falta de capacidad para transmitir emociones cuando el guión de los Taylor (padre e hijo a los textos) está ya por debajo de mínimos y si estos encuentran un mensaje es más por reintentarlo una y otra vez, por su incapacidad de salir del subrayado, que no por el fruto de una verdadera inspiración a la hora de pronunciar frases que nunca sentencian lo suficiente, en boca de personajes cuyas relaciones no suelen ser coherentes.
Jodie Foster ha demostrado en demasiadas ocasiones su potencial como recurso dramático, su habilidad para cargar con las emociones incluso cuando el guión no las sabe expresar con claridad. Aquí logra llevar una parte de la carga que se encuentra demasiado dispersa como para que obtenga resultados notables. Empleo de banda sonora y recuerdos injertos entre sus notas para epatar deja como única baza la pericia para hacerse creíble como ser maltratado que se revuelve accidentalmente, en el curso de unas andanzas argumentales atropelladas, para devolver los golpes.
Con todo, el resultado final entre la sobriedad y la acumulación de metraje (de mantener el ritmo inicial estaría todo resuelto en veinte minutos, y sin embargo casi se alcanzan las dos horas) sí queda algo de un poso suave no del todo negativo pero en donde la comparación con otras cintas de venganza no deja a esta en un lugar destacado. Probablemente que la mujer sea la ejecutora no haga tan incómoda su proyección como la de las películas setenteras del vengativo de los suburbios a las que en tantos tramos recuerda, y que ocuparon la madurez decadente de don Charles Bronson. Aunque a su manera tenían sabor.