Si aislamos las principales razones para el éxito de un biopic, probablemente nos encontremos con todos los elementos que hacían de La teoría del todo una apuesta muy razonable para ser adaptada a largometraje: un caso único de espíritu de superación, un éxito de fama internacional, un tío vivo emocional con base real…
A la vista está que dos rasgos que podíamos haber tomado por esenciales anteriormente no lo son tanto: por un lado el fallecimiento del personaje principal de la función, que aunque permita un biopic más completo, parece cuestión secundaria salvo para el afectado; por otro, la comprensión de la audiencia de los logros concretos del personaje retratado, que en el caso que nos ocupa parece casi misión imposible.
Así, a pesar de que uno de los méritos de Stephen Hawking sea haber logrado explicar con relativa sencillez complejos conceptos de cosmología, La teoría del todo se centra en los aspectos relacionados con la enfermedad que lo dejó postrado en el lugar en que muchos habrían quedado apenas reducidos a un vegetal, y que a él no le impidió lanzarse a pronosticar los orígenes del universo.
La cinta dirigida por James Marsh basa su relato en el de Jane Hawking, primera esposa del científico y que marca de forma inevitable los 120 minutos de metraje: interpretada por Felicity Jones, el biopic bien podría ser el suyo, la forma de sobrevivir a un genio cuando opta por condenar su vida con la de aquel, sacrificando la normalidad incluso cuando su ideología es opuesta a la de su marido, para años después verse relegada —sin ánimo de spoilers: los detalles de la vida de Hawking son de dominio público y quien no los conozca probablemente no sepa cómo leer estas líneas— a un segundo plano en beneficio de la fascinada asistente que terminará ocupando su lugar.
Es fácil pronosticar que el relato de la vida de Hawking y sus rasgos oscarizables no sean sino un edulcoramiento de manual para no angustiar a quienes han cumplido con su parte del trato como era pagar la entrada. No hace falta contemplar demasiadas fotos de Stephen Hawking ni tener una excesiva imaginación para pronosticar cómo el equilibrado retrato en luces y sombras de James Marsh le lleva más por su faceta de relator de ficción que por la de director de documentales. Aun así, siempre hemos celebrado cuando al calor de los recursos de mercadotecnia más eficientes se lanza un mensaje que podría alcanzar con mayor profundidad a una parte de la audiencia, y junto a la superación, las preguntas científicas de peso que lanza Hawking bien podrían calar y extender su utilidad por encima de un relato biográfico que en sus deseos de epatar, da apenas retazos de padecimiento y gloria, que simplifica tanto en lo humano como en sus dosis científicas.
Como apunte final, curiosamente la cinta deja como una de las reflexiones finales de Hawking una en que parece admitir la existencia de un Dios cuando hace relativamente poco fue notoria su negación declarándose ateo. Cosas de la visión propia de quien cuenta las historias (en este caso su exmujer, anglicana que bastante hizo conviviendo con un combativo ateo que incluso sin movilidad la dejó por otra).