El secreto de una buena alimentación reside, fundamentalmente, en una dieta sana y equilibrada, en donde la carne se combina con el pescado, éste con las verduras, éstas con las frutas y las hortalizas y así sucesivamente. A veces, incluso, nos permitimos dulces, helados, y chocolate. De igual forma, una industria cinematografía sólo será potente y saludable si es también variada, siendo capaz de combinar productos destinados a paladares refinados con otros para aquellos que tan sólo desean alimentarse, sin necesidad de degustar con deleite su menú. Lo que cada espectador consuma después es ya decisión propia, pero la industria debe ser capaz de ofrecer y satisfacer las demandas de todos. No digas nada, debut en la dirección de Felipe Jiménez Luna, se enmarca sin complejo alguno en esta última clasificación, proponiendo al espectador una comedia negra en donde un grupo de chicos asesinos decide ir acabando poco a poco con la gente que no le gusta, a la que no puede soportar o que, simplemente, se cruza de forma desafortunada en su camino.
La película, cuyo argumento resulta tan inverosímil como parece, pretende dejar atrás las típicas comedias adolescentes cargadas de sexo e imbecilidad para proponer una diversión pura y dura, sin más pretensiones que la de hacer pasar un buen rato e impulsar al espectador a reírse con cosas y situaciones que, en realidad, no deberían tener gracia alguna. El director, autor de multipremiados cortometrajes como Te lo mereces o El hijo pródigo, luchó sin embargo 10 años para levantar este proyecto. Con un reparto lleno de caras televisivas como Santi Rodríguez, Jimmy Barnatán, Elio González, Darío Paso o Rebeca Cobos, los insustanciales personajes poseen a veces cierta gracia aunque en la mayoría de las ocasiones dan ganas de asesinarlos a ellos también. Claudia Molina, una mosquita puerta con incontinencia asesina que inicia la masacre, protagoniza los momentos más divertidos del metraje.
Con una banda sonora repleta de temas juveniles y un montaje ágil y dinámico con varias ventanas sobre una misma imagen (fórmula utilizada ya en el cine y la televisión de los años 60 y 70) logra convertirse en una producción divertida, aunque no entretenida, pues el espectador adivina siempre el siguiente giro en la historia sin que ningún hecho le sorprenda en realidad. Si el espectador consigue pasar por alto este detalle, disfrutará sin problemas de la trama, a la que, por otra parte, se le agradece el intento de ir más allá en el castigado subgénero de la comedia adolescente, independientemente de sus fallidos resultados.