Jane (Katherine Heigl) ha sido dama de honor en veintisiete ocasiones, encargándose además de organizar hasta el mínimo detalle de cada una de las bodas en las que ha tomado parte. Llegado un momento, entiende oportuno pasarse al otro lado del altar y casarse por fin con el hombre de sus sueños. El problema es que aún no tiene un novio con quien contraer nupcias y su jefe, a quien la protagonista idolatra hasta límites insospechados, quizá no sea realmente esa persona predestinada para acabar envejeciendo junto a ella.
Si además resulta que a la pobre muchacha le arrebatan de las manos a su príncipe azul justo cuando está a punto de declararle su amor –y lo hace su propia hermana para más inri– ya no pueden quedar dudas de que el destino no se lo va a poner fácil a Jane. Eso sí, no tardará en aparecer un apuesto periodista de relativa fama que pretende realizar un reportaje sobre su peculiar carrera en el terreno de los casamientos.
Sirvan estos dos párrafos resumiendo el argumento de 27 vestidos para ocultar la ausencia de puntos destacables con los que elaborar una sesuda crítica. Quedémonos, sin embargo, con la idea básica de que estamos ante una producción de lanzamiento masivo que sólo pretende entretener, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva (más de lo segundo que de lo primero, como casi siempre en estos casos).
Así pues, vamos a toparnos con personajes altamente estereotipados que nos permiten, con apenas un visionado del tráiler o una lectura detenida del argumento, adivinar con total certeza por dónde van a ir los tiros en todo momento, y cómo terminará la fiesta. Es lo que sucede cuando una guionista (en este caso Aline Brosh McKenna, que ya firmara el libreto de El diablo viste de Prada) tira del manual básico de su profesión –capítulo “comedias románticas sobre bodas”– y no aporta ni una pizca de originalidad, ningún detalle que se salga de esa línea, nada que rompa con la gris uniformidad de un producto destinado a triunfar entre su público (mujeres con un edulcorado sentido del romanticismo, básicamente); nada que pueda molestar a ningún espectador, en definitiva.
Con todo, si pasamos por alto los clichés con patas que son sus protagonistas principales e intentamos no pensar en la fase de la película en que no hallamos (“Ahora aún tiene que pelearse con el chico, maldecirle un poco y luego reconciliarse con él... ¡Y todavía faltan 40 minutos!”) podemos contentarnos con la actuación de la guapa Katherine Heigl (Lío embarazoso, Anatomía de Grey) o con el personaje de su compañera de trabajo, que pese a estar desaprovechada tiene dos o tres momentos salvables.
Resumiendo, sólo recomendada para amantes de las bodas y las comedias románticas planas. Serán los únicos que salgan satisfechos del cine.