Todavía no se ha cumplido una década desde el estreno del documental Trumbo y la lista negra (Peter Askin, 2007), pero ya contamos con la versión ficcionada de esos mismos hechos que enfrentaron a Dalton Trumbo con el Comité de Actividades Antiamericanas durante la década de los años 50 del siglo pasado. En esta ocasión es Jay Roach, fogueado en comedias como Los padres de ella y Los padres de él, así como en la trilogía de Austin Powers, quien se pone a los mandos de un biopic que cumple con los requisitos de este tipo de cintas. En consecuencia, hallaremos poco espacio para la sorpresa en el repaso fílmico a unos años que, eso sí, dan pie a alguna que otra reflexión interesante.
Siempre es estimulante enfrentarse a unos hechos como los vividos en el seno de la sociedad norteamericana en los años de la Caza de Brujas, máxime cuando se nos muestra la cara oscura del siempre –supuestamente– glamuroso mundo de Hollywood. La cinta no tiene reparos en señalar con nombres y apellidos a ciertos actores que se decantaron por un bando u otro en aquella época turbulenta, y nos zambulle en los entresijos, los intereses creados y los tejemanejes de productoras, directores, actores y guionistas, así como de los políticos que quisieron imponer su esquema de pensamiento dentro del séptimo arte. En ese sentido, revisamos o descubrimos ciertos movimientos que se fueron escribiendo en líneas secundarias dentro de la gran historia del cine, pero que no por ello tuvieron menos importancia.
En la parte actoral destaca un Bryan Cranston presente en casi todos los fotogramas del film, quien carga sobre sus hombros con todo el peso de ese Trumbo reivindicativo y peleón. Pocas quejas surgen al ver cómo se desenvuelven en pantalla otros actores como John Goodman, Helen Mirren, Diane Lane o el cómico Louis C.K., todos ellos convincentes en sus roles. Asimismo, todo lo relacionado con la factura técnica de la película es impecable, ajustándose a lo esperable.
El problema surge, como comentábamos, cuando nos las tenemos que ver con un esquema biográfico que no resulta especialmente inspirado, algo telefílmico y que se limita a ilustrar de modo didáctico y con toques melodramáticos una sucesión de sucesos que nos reflejan cómo funcionaban ciertos estamentos, y cómo una serie de guionistas se tornaron malditos para el sistema de los grandes estudios del séptimo arte. El enfrentamiento entre el rancio puritanismo y el estamento creativo nos indigna como espectadores y permite realizar paralelismos con épocas más actuales, qué duda cabe, pero casi en ningún momento tenemos la impresión de que se estén exprimiendo al máximo las posibilidades que ofrece dicha temática. Lo que no es óbice para que las dos horas de metraje supongan un digno entretenimiento, por otro lado.