Reza un antiguo proverbio que el hombre, por su naturaleza, tiene miedo a lo desconocido. Eso es algo que tienen muy presente los guionistas de las películas de terror americanas: la oscuridad, el asesino misterioso, los emplazamientos vírgenes... son los grandes presentes en el género. En el caso de Las Ruinas el desconocido es México, cosa que se deja bien patente a lo largo y ancho de su metraje. De hecho la película, ambientada en la Riviera Maya, fue rodada en Australia, y el único referente a la cultura mexicana es un tímido "muchachita" y la constante presencia del tequila en cada uno de sus planos.
A pesar de que la historia se desenvuelve en lo alto de una pirámide maya nunca se abandona la sensación de que los protagonistas están en un patio de instituto, o en el baile de graduación. Premisas tan exóticas como estas ya han servido de base a una ingente cantidad de producciones en los últimos años: después de Wolf Creek, Hostel y Turistas (original hasta en el título), las historias sobre yankis siendo despedazados a lo largo del vasto mundo podrían considerarse ya un subgénero dentro un subgénero (el de terror adolescente), y adolece de los mismos y repetitivos maniqueísmos que su hermano mayor.
El debutante, Carter Smith, anteriormente fotógrafo de moda, ha sabido imprimir en los actores ese toque Calvin Klein que tan bien queda en medio de litros de sangre y casquería, pero es demasiado obvio en su desesperado intento por enseñar carne. Los escotes de vértigo y las escenas sin camiseta luciendo abdominales se asimilan con sorprendente facilidad (uno ya esta curtido en estas lides), pero el que una de las protagonistas se pase la mitad de la película en bragas, o que se restriegue con su amiga para entrar en calor son demasiado, y aunque la libido lo agradezca, acaban por restar interés a la (pobre) trama de la película. Los juegos de luces y encuadres para mostrar pero no demasiado, son el mayor alarde artístico de la película, y el que la protagonista lleve gafas, su más destacable innovación.
Pero no es la única: en este film se ha sustituido al asesino autista con careta por una planta trepadora parlanchina (y malvada). Los pijos universitarios de turno se enfrentarán a la peligrosa flora asesina liderados por una especie de boy scout salvador que hará lo necesario para que el grupo sobreviva –racionar el agua, hablar con sucios indígenas asesinos, buscar teléfonos móviles en oscuros agujeros- lo cual implicará necesariamente amputaciones y litros de hemoglobina.
Pero su mayor defecto es que al espectador le da igual. Los personajes no despiertan ni la más mínima simpatía (sino todo lo contrario) y a fin de cuentas ya les hemos visto morir en infinidad de cintas de cuyo nombre no queremos acordarnos.