Un afamado psiquiatra resulta determinante para que un asesino psicópata dé con sus huesos en la cárcel. A medida que el momento de la condena a muerte se acerca, el mismo tipo de crimen que a aquél le imputaban se va repitiendo de nuevo, creando dudas sobre la verdadera culpabilidad de uno y del dictamen forense del otro.
Jon Avnet es uno de esos todoterreno del cine que ha pasado por todos sus frentes. Dirección, guión y producción. Tanto en cine como en TV. Un Óscar por Tomates Verdes Fritos, varios guiones y producciones desde la década de los 70 hacen de él alguien que tiene un peso en la industria.
Con todo, su presencia en los cines, al margen de los proyectos en que se encuentra actualmente inmerso, ha sido irregular en los últimos años. Una situación que puede permitirse a la vista de la facilidad con que puede mover repartos y nombres de la talla de Pacino, y que le pone las cosas sencillas para hacerse con una plantilla que combine actores de primera fila con otros de peso mediático en jóvenes audiencias, dando aire a su faceta de productor buscando ampliar público.
El verdadero crimen de 88 minutos es que necesita apenas esa misma cantidad en segundos para hacer sospechar de que estamos ante una producción menor. Los enfoques se muestran demasiado cerrados, el olor a tópico y a conducción en punto muerto está presente antes de que las primeras ideas aparezcan para después subrayarse en exceso, tendencia habitual de quien quiere crear intensidad por acumulación, y que por tanto se pierde en el concepto del equilibrio, del ritmo y de la coherencia.
En ese sentido, ni tratar de violentar con la agresividad del psicópata en la primera escena va a lograr hito alguno entre espectadores de sensibilidad encallecida, ni la permanente banda sonora de ‘aquí va a pasar algo’ va a crear suspense cuando esa sensación lleva demasiados minutos en su propia dirección, como si estuviera ilustrando a otra película o se nos hubiera dormido el hombre del organillo.
Por si fuera poco, los diálogos frecuentemente tienen ese aire irritante propio de quienes ambicionan resultar inteligentes y no tienen la sensibilidad para evitar ser pedantes, y se muestran por tanto rebuscados a la hora de expresar obviedades. Por no hablar de la acumulación de cosas que han de suceder en su trama, que no tiene el mínimo frenetismo y queda en una reiteración de llamadas telefónicas y paseos erráticos en que nuestro protagonista parece vivir en un microcosmos donde se cruza con todo el reparto a cada metro. Incluso el bueno de Pacino, tinte y bronceado de por medio, parece estar cumpliendo un compromiso con Avnet aprovechando una escala de viaje vacacional.
No obstante, y por evitar un excesivo ensañamiento, a la vista de la sobrecarga de producciones imperdonables que el género del thriller nos ha dado en los últimos años (y nos dará en los próximos), podría decirse que su mediocridad y la cierta apatía de su protagonista mientras le van sucediendo cosas y otros personajes les relatan sus anodinas vidas, dan con un entretenimiento tan indiferente para lo malo, como para lo bueno. Y por tanto alguna tarde de sobremesa dormitando puede llegar a amenizar sin demasiada inconveniencia.