Una propuesta que sabe distanciarse del film de Sidney Lumet, alcanzar un grado notable de autonomía
Nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y merecedora de un León de Oro especial en la última edición del Festival de Venecia, 12 es una propuesta que sabe distanciarse del film de Sidney Lumet, alcanzar un grado notable de autonomía. Recordemos en cualquier caso que existen al menos otras dos versiones del guión de Rose producidas para la pequeña pantalla con resultados más que dignos: la realizada en 1973 por Gustavo Pérez Puig con José Bódalo y Jesús Puente como protagonistas, y la que interpretaron entre otros Jack Lemmon, George C. Scott y James Gandolfini en 1997 a las órdenes de William Friedkin.
Sin embargo, el referente inevitable de 12 es la película de Lumet, en la que los personajes encarnados por Henry Fonda y Lee J. Cobb se disputaban la voluntad de un jurado que debatía la posible culpabilidad de un joven puertorriqueño acusado de asesinar a su padre. Enmarcada ideológicamente en el albor de la lucha por los derechos civiles de la gente de color en Estados Unidos, lastrada por un texto a veces melodramático y forzado, Doce Hombres sin Piedad ha trascendido coyunturas y debilidades gracias a un impecable control por parte de su director de las actuaciones y del único espacio en que se desarrollaba la acción (una sala de deliberaciones), así como por su aguda reflexión en torno a la necesidad de cuestionar con exigencia, si queremos aspirar a llamarnos individuos, el pensamiento indolente, aborregado y acrítico que caracteriza a cualquier colectivo.
Mikhalkov, que ya había llevado a las tablas el texto de Reginald Rose y de cuyo interés por las derivas históricas de su país ya habían dado cuenta Urga (1992), Quemado por el Sol (1994) o El Barbero de Siberia (1998), hace del acusado un huérfano checheno responsable en apariencia de acuchillar a su padrastro, un militar ruso que acogió en su casa de Moscú al menor al ser exterminada su familia en el conflicto bélico que también ha tratado Aleksandr Sokurov en la reciente Aleksandra —con conclusiones políticas, por cierto, similares en su paternalismo; Mikhalkov se ha mostrado partidario por activa y por pasiva de Vladimir Putin—. Los miembros del jurado parecen representantes de los cambios socioeconómicos por los que atraviesa Rusia: un magnate de la televisión, un científico, un taxista lleno de prejuicios, un actor de variedades… por último, el escenario no sólo ha de compartir primacía con unos flashbacks que narran la adolescencia del acusado, sino que pasa a ser el gimnasio de un instituto, lo que no deja de traernos a la memoria los horribles acontecimientos ocurridos en Beslán hace cuatro años, cuando un comando terrorista checheno provocó la masacre de 330 niños y adultos secuestrados en un colegio.
Con estos mimbres tan ambiciosos, a los que debe sumarse un metraje cercano a las tres horas y el hecho de que en Rusia no existe actualmente la figura del jurado popular, se consigue que relativicemos Doce hombres sin piedad al involucrarnos en una fábula sobre la justicia, la libre voluntad y el respeto a la ley como mínimo sorprendente, lejana desde luego a postulados occidentales. Sí echamos de menos el rigor estilístico de Sidney Lumet: las interpretaciones en el caso de 12, que incluyen al propio Mikhalkov en un inmodesto papel, están aquejadas de una afectación excesiva, algo que también podría extenderse al trabajo de cámara, curiosamente muy ligado al de esas producciones hollywoodenses que lo fían todo a barridos, insistentes primeros planos y demás efectismos que propicien una sensación de nervios y urgencia. Efectismos que a la postre no sirven para solucionar problemas elementales, como el de unos muchos primeros minutos faltos de interés, defecto que se repite puntualmente a lo largo del metraje.
Aun así, la creación en el gimnasio según va avanzando la jornada de una atmósfera progresivamente abstracta, inquietante, mediante acertados recursos de sonido y fotografía, y las muchas lecturas simbólicas que pueden hacerse de sus contenidos, nos permiten defender 12 con la esperanza de que el espectador con unas inquietudes mínimas absuelva a la película… y al crítico.