La atmósfera general es de una melancolía adulta, ajena por completo al género en que se inscribe el film y al público a que va dirigido
Nunca fue uno entusiasta de las investigaciones paranormales de los agentes Mulder y Scully, aunque 202 episodios en antena, múltiples premios y la capacidad de su creador, Chris Carter, para conectar con algunas de las paranoias más idiosincrásicas de la pasada década, merecen un respeto. Tampoco Expediente X: Enfréntate al futuro, el film producido en el momento de mayor éxito para la serie, entre sus temporadas quinta y sexta, nos produjo una gran impresión, limitándose a ser “un episodio sobrado de medios” (F.M. Benavent).
Han pasado seis años desde el final de la novena temporada, clausurada en medio de un caos argumental considerable. Suponemos que para Chris Carter habrá supuesto un reto abordar el guión, la producción y la dirección de una película que debía satisfacer a los admiradores veteranos de Mulder y Scully, de nuevo protagonistas tras su progresiva marginación en la serie a favor de John Doggett (Robert Patrick) y Monica Reyes (Annabeth Gish), y a esos adolescentes ignorantes que una producción como ésta necesita para ser rentable en taquilla.
La opción escogida por Carter es sorprendente. En cuanto a la historia que plantea Creer es la clave, minusvalora la fenomenología sobrenatural y prefiere internarse con precaución en el horror concreto, físico, que hoy está tan de moda: Scully (que ejerce como médico) y Mulder (peligrosamente abandonado a sus teorías conspirativas) son reclutados nuevamente por el FBI para que ayuden a encontrar a una agente que lleva tres días secuestrada, y cuya única esperanza pasa por las visiones de un ex-sacerdote acusado de pederastia. Es la primera de una serie de paradojas de carácter moral que recorren la película de principio a fin, y que resultan mucho más atractivas que una intriga progresivamente reiterativa y descuidada, hasta el punto de llegar a su desenlace a golpe de casualidades.
Pero aún es más chocante la decisión de otorgar un inusual peso dramático a los propios Fox y Dana, abocados a una serie de dilemas vitales que les hacen cuestionar su obsesión con lo oculto y, a la vez, comprender que su búsqueda es una requisitoria contra una realidad esencialmente agresiva e injusta ante la que, pese a los cantos de sirena de la aceptación, nunca hay que rendirse. “No darse nunca por vencido”, se repite una y otra vez a lo largo de la película: persistir en la lucha. Y aunque Carter ofrece un consuelo idealista en forma de dos planos cenitales -el segundo, atención, después de los títulos de crédito- que nos hacen pensar en una respuesta trascendente a los tormentos de los ex-agentes, la atmósfera general de Creer es la Clave es de una melancolía, una lucidez adulta, extraña por completo al género en que se inscribe la película y al target a que va dirigida.
Todo ello convierte la propuesta en un auténtico expediente X veraniego. Se hace obligado avisar al espectador potencial de que no se halla ante un film de acción y misterio olvidable nada más salir de la sala, sino ante una curiosa reflexión existencialista, quién sabe si aplicable a un Chris Carter que se siente responsable de su creación más reconocida y, sobre todo, de Mulder y Scully.