A modo de pregunta retórica, uno podría preguntarse con evidentes ganas de perder el tiempo si tiene sentido recuperar a Maxwell Smart 40 años después de nacimiento. Una serie tan anclada en su época, con un protagonista que vendía como mayor logro la parodia de James Bond, difícilmente puede encajar en un escenario donde esa idea lleva apareciendo regularmente desde entonces. Con figuras como Austin Powers llevando su filosofía a las últimas consecuencias, y un ejército de héroes payasos acoplado a los más diversos públicos, uno puede encontrarse con un poco de todo: desde el adolescente Cody Banks hasta aportaciones del estresante Jackie Chan (y tratando de olvidar al Rowan Atkinson en Johnny English), al imperturbable Bond no le hacía ninguna falta el regreso de Smart (más cuando el primero a menudo parecía estar parodiándose a sí mismo con sus excesos).
Pero a estas alturas puede darse por demostrado que lo de menos en estos casos es la real necesidad de regreso: al apetito voraz de la taquilla le interesa cualquier cosa que huela a ayuda promocional, y el pasado de una serie que tenía en su momento un encanto entrañable –por más que ya muy pasadito– hacía pensar en utilidad comercial.
¿Indicios para sospechar de su resultado? Dwayne Johnson (The Rock) repite ejerciendo de indicativo de mal cine (allá donde está él, suele cocerse mala producción); el dueto guionista J.Astle – Matt Ember tiene en su llegada a la gran pantalla desde la TV el único “logro” de haber aburrido al personal con la unión de Mattew McConaughey y Sarah Jessica Parker en Novia por contrato; y de Steve Carell podrían decirse muchas cosas, pero lo más concreto para el caso es que su única aportación al versionar al Super Agente 86 es la de darle un deje de nerd-pedante en una triste y cuestionable revisión de sus cualidades.
En lo demás, la propuesta discurre con la máxima aspiración de obtener unas sonrisas entre su humor cafre y previsible, y con la gran carga de no limitar su metraje a los primeros 70/80 minutos, punto hasta el que se había arrastrado por los pelos y en que justo de aliento su plantemiento todavía no era absolutamente estresante. Después la necesidad de dirigirse a los desenlaces tópicos en el género al que parodia, nos deja con una de esos clímax contrarreloj que tan difícil lo tienen para ganarse la atención en las cintas de acción, y en que aquí el interés es sensiblemente inferior. Su mayor pecado acabará siendo no saber identificarse totalmente con la comedia cuando el argumento necesita avanzar, de ser ortopédica en su estructura, y hacer de esta revisión una aportación inevitablemente destinada a acabar acompañando futuras sobremesas de fin de semana sin pena ni gloria.