El primer largo de Belén Macías aborda un tema interesante y peligroso. Interesante por tocar algunos de los asuntos esenciales de la sociedad de los 80: la reforma y apertura de las instituciones, la llegada de la mujer a los estamentos, los aires de una juventud que no había conocido la represión del régimen anterior, la aparición de las drogas y la delincuencia juvenil ajena a la política, las nuevas estructuras familiares… Peligroso porque lo hace desde un drama carcelario femenino, donde hay que saltar todas las convenciones si se quiere hablar de otra cosa que no sean reyertas a puerta cerrada y concursos de actrices en la secuencia más triste.
Apoyada por la habitual producción solvente de El Deseo, la compañía de los hermanos Almodóvar comandada por Esther García, Macías supera el socavón del género sin renunciar a la veracidad del escenario donde sucede. Hay personajes extremos, reyertas, venganzas y presión hacia las presas sin que estos elementos se conviertan en protagonistas. Con fluidez narrativa, el guión nos presenta la historia de Isa (Verónica Echegui) una choricilla drogadicta que a sus pocos años ha pasado ya más tiempo dentro que fuera del trullo. Ella y otras presas son animadas para hacer un taller de teatro por Mar (Candela Peña), una nueva funcionaria que las ve de un modo más humano, distinto a las funcionarias históricas del centro en una metáfora del aire nuevo que se empezaba a respirar en las instituciones del antiguo régimen. El experimento tiene repercusión y se transforma en un ejercicio de libertad entre rejas, una vía de escape por el que las reclusas pueden salir ocasionalmente fuera de la cárcel, tanto física como psicológicamente.
Si la realización es solvente en ritmo e intensidad, adolece de cierto aire televisivo, no en vano la directora trabaja en el medio, escatimando algunos recursos que a su padrino Pedro Almodóvar no se le escaparon en las secuencias entre rejas de Tacones lejanos (1991): intención en la iluminación y los encuadres, aprovechamiento del escenario natural, efectos sonoros… En dos ocasiones se acude a una secuencia de montaje con música, recurso agradecido pero que no deja de escamotear narración por sensaciones. En otro caso, el plano cenital durante un apuñalamiento en el patio es directamente descartable por archirepetido.
Con unas interpretaciones de buen nivel (buena composición de Echegui) y cameos enriquecedores (Blanca Portillo, Raúl Arévalo, Rubén Ochandiano…) el mayor defecto de la película es el poco calado sobre los temas que apunta. El guión pasa de puntillas sobre ellos, no aportando ni preguntas ni respuestas. Queda al final cierto sabor de reivindicación cumplida, de loa hacia los caídos por los tiempos mejores y el esfuerzo de cientos de mujeres en la sombra por conseguirlo, marca de la factoría almodovariana.
Y una vez más, aún sabiendo la escasa repercusión que la voz de este comentarista pueda tener, lamentar que nuestro cine no sea capaz de generar un papel protagonista para Ana Wagener, una actriz descomunal.