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El niño con el pijama de rayas - critica de cine
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El niño con el pijama de rayas

Aprisionados en el holocausto

Un artículo de JBA || 01 / 10 / 2008

Su principal carga es que su contención le aleja de pasiones más entregadas al público.

Aferrándonos a la fuerza de los aforismos, hemos llegado a creer que la principal utilidad de la historia es evitarnos volver a caer en errores cometidos. Un vistazo superficial podría hacernos concluir, no obstante, que los errores más temibles se siguen reproduciendo una y otra vez, que estos se siguen cometiendo con sobrada convicción, y que en el peor de los casos la historia les ha servido a quienes caen en ellos para mantener odios y aversiones vivos a través de los años.

Sin pretender cuestionar los dogmas sobre la utilidad de la historia ni profundizar en su función como herramienta de adoctrinamiento, podríamos concluir que si de algo ha servido el estudio de la segunda guerra mundial, del holocausto, de los comportamientos perturbados de quienes de alguna forma eran seres humanos, es para alimentar a las taquillas del cine. Con visitas tan regulares a la gran pantalla se han podido exponer todos los puntos de vista posibles, y cuando no había más donde buscar, la industria se ha limitado a subrayar algunos machaconamente, en el mejor de los casos actualizando enfoques, recrudeciéndolos y arañando dramatismo para, en definitiva, sacar más rendimiento a una franquicia que no necesita el pago de royalties.

El libro de John Boyne El niño con el pijama de rayas (2006, y que sí lo necesita afortunadamente para él), incorpora una aportación en forma de diferente perspectiva, que curiosamente nos devuelve a lo anunciado al principio, al papel de la historia. Sin su adoctrinamiento, sin un poso de enseñanzas que sirvan para alimentar odios o glorificar banderas, con la visión inocente de dos niños que se encuentran en bandos enfrentados, estos sienten que no deberían estarlo.

Que entre todos los adultos que les rodean, con todos los grados de madurez posibles aunando educación y experiencias vividas, sean pues dos niños por formar los únicos que en su ingenuidad tengan una perspectiva clara de la verdadera importancia de las cosas, resulta tan ilustrativo como demoledor. En su encuentro, cada uno al lado de una valla que marca la frontera entre oprimidos y opresores, el hijo del exterminador y el hijo de los exterminados pasan a ser los únicos que por su edad permanecen limpios. Además, la familia de Bruno (Asa Butterfield), el niño que representa al bando nazi, sirve a su vez para representar a los diferentes grados de participación en un infierno cuyo mecanismo precisaba de todos ellos, sin necesidad de que todos fueran ejecutores: estaban los cómplices silenciosos, los torpemente equivocados, los militantes cegados por el brillo de su engaño patriótico… todos formando colectivamente un grupo que es aprovechado por la trama para que sus fricciones muestren los mecanismos de un mal demasiado rotundo, cuya naturaleza sólo puede explicarse desde sus fraccionadas aportaciones al conjunto.

Mark Herman, encargado de adaptar a guión el texto de Boyne y de ponerse tras la cámara, impregna su realización tanto de una factura clásica minuciosa en la autenticidad, como de una contención que permita que hablen los solos hechos y que sus personajes no chirríen ni dramaticen cuando lo harán estos. La perversión histórica es suficiente para que él evite las estridencias; las propias conclusiones del libro y lo simbólico de su desenlace le excusan de tomar decisiones argumentales más allá de añadir enfoques puntuales.

Su principal carga es que esa contención le aleja de pasiones más entregadas al público tanto como su convencionalismo riguroso le aleja de los hastiados de la corrección, de todos aquellos escépticos al retorno a la temática antisemita, haciendo que su fórmula por tanto cumpla pero con el grave riesgo de quedar en tierra de nadie.

Como aportaciones propias al original, opta por subrayar algunos personajes que le parecían ilustrativos como la madre de Bruno (Vera Farmiga), que pese a la proximidad del campo de exterminio no podía ni quería imaginar qué se cocía en sus calderas, y que por ello sirve para contraponer un punto de vista servil a sus consideraciones humanas (posición social, respeto a su marido) con el del espectador que, conocedor de la historia, creerá que ella es demasiado cómplice por no entender como obvias las prácticas del monstruo con el que convive (algo que en el texto de Boyne se resume en un rotundo “No podemos permitirnos el lujo de pensar”).

Herman también ha reforzado el argumento del libro con la incorporación adaptada de un documental con el que se dio de bruces mientras buscaba información para la película, y en el que el ejército nazi manipulaba la realidad de los campos en un ejercicio propagandístico obsceno hasta superar sus propios límites de inmoralidad, pretendiendo presentarlos a la opinión pública como poco menos que campamentos de verano.

Por lo demás el aporte prioritario de la cinta sigue siendo el del desconcertado enfoque de sus niños protagonistas, un reclamo para un tipo de cine que, ávido de filones argumentales, desea la tercera guerra mundial más que el más trastornado de los misántropos dictadores.

FICHA TÉCNICA DE EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

Título original: The boy in the striped piyama

Fecha de estreno: 26-09-2008

Año: 2008 Duración: 96 min

Director: Mark Herman

Guión: John Boyne, Mark Herman
Intérpretes: Asa Butterfield, Vera Farmiga, David Thewlis, Jack Scanlon, Amber Beattie, Richard Johnson, Shelia Hancock, Rupert Friend, David Hayman, Jim Norton, Cara Horgan

Lo mejor:  

-El esfuerzo por aportar nuevos puntos de vista para explicar comportamientos inexplicables.
-La corrección clásica.

Lo peor:

-Que el género pueda agotar.
-Que su contención no sea lo más sugerente para el público.

Puntuación:

5

La aportación de perspectiva del libro, se traslada con solvencia pero una relativa indiferencia.



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