El resultado da la sensación de haberse visto con anterioridad, todo en ella fluye de una manera funcional, con piloto automático.
La fascinación que ejerce ese gran país asiático llamado China sobre numerosos cineastas, les ha llevado a empaparse de épicas historias capaces de transportarnos a lo que aparenta ser otro mundo. Ahora le ha tocado el turno a Roger Spottiswoode, director encargado de ubicarnos concienzudamente en la China de los años treinta, momento crucial en la vida del país donde el pueblo es masacrado sin miramientos por el ejército japonés.
En tal cruenta batalla divisamos a nuestro protagonista, un joven reportero -Jonathan Rhys Meyers (Match point de Woody Allen), actor que intenta huir del etiquetado fácil con mayor o menor fortuna- que se adentra en el conflicto bélico con una cámara de fotos como única arma. El destino querrá que adopte cierto aire salvador tras ayudar a un grupo de sesenta niños huérfanos a escapar del infierno que les ha tocado vivir. Así, con el apoyo de una enfermera (Radha Mitchell, vista en Melinda y Melinda, Allen otra vez) iniciarán un viaje de cuatro mil kilómetros por las montañas hasta un lugar seguro.
La tan recurrente coletilla “basada en un hecho real” sirve en bandeja un relato plagado de buenas intenciones, excusa perfecta para dejar un buen sabor de boca. Claro que no está de más decir que este tipo de historias corre el riesgo de presentarse en un tono demasiado académico, motivo por el cual la cinta no logra del todo su propósito. De este modo, Los niños de Huang shi se acomoda en el terreno del drama esperando una respuesta generosa por parte del público, dejándose en el tintero múltiples subhistorias que hubieran dado más de sí.
El resultado de esta producción rodada con capital chino, alemán y australiano, da la sensación de haberse visto con anterioridad, dado que todo en ella fluye de una manera funcional, o dicho de otro modo, con piloto automático. Tanto es así que la esperada evolución del personaje principal no toma cuerpo en ningún momento, siendo el espectador el que debe hacer ese esfuerzo por él.
Dotada de un estilo clásico, la plasmación de parajes espectaculares la dotan de cierto interés visual, recurso que sin embargo no resulta infalible sino que, en el mejor de los casos, sirve de acompañamiento a una historia que se decanta por el convencionalismo más acomodaticio. Tras su visionado solo podemos llegar a la conclusión de que su director ha querido conquistar a la audiencia a base de heroicismo de manual a través de una historia tierna y accesible a toda clase de público que no entre a la sala con grandes expectativas.