Al margen de las intenciones de diferenciar a Push de otros fenómenos cercanos, es evidente que su aparición, su presentación y su razón de ser comercial se encuentra directamente vinculada con los heroicos superpoderosos que estos días tienen a hollywood y a los creativos de la mercadotecnia bien cogidos por la cartera.
Cierto que en la manera de encarar la humanización de los personajes e incluso en su justificación que pretende quitarles la condición de sobrenatural con teóricas referencias a casos reales, se perciben rasgos distintivos. El escenario y su enfoque, las limitaciones de los protagonistas y su forma de recibir leña, va varios pasos más allá de la humanización del serial Heroes, pero también en ese balance este último está demasiados puntos por encima en diálogos, ritmo, atmósfera, interés y, sobre todo, estética.
Paul McGuigan hizo un par de piruetas relativamente agradecidas en el Caso Slevin y aquí hace juegos de framerate, injertos de planos delirantes cada cierto tiempo y un uso de una fotografía sin excesivos alardes que en todo caso no suponen grandes hallazgos y difícilmente puedan pasar como una virtud. De hecho, puestos a encontrar puntos positivos puede que el único -forzando la generosidad- sea que en sus formas resulte por momentos imprevisible y diferente de lo que de ella cabía esperar (aunque tal diferencia tampoco merezca ser enmarcada y esas formas queden siempre por debajo de sus ambiciones).
En todo caso su argumentación, el grupo secreto a la caza de seres con talentos sobrehumanos obligados a esconderse y perseguidos por algunos de su misma condición, bebe demasiado de la creación de Tim King, resuena a las tribulaciones de X-Men, y con todo esto acaba tristemente convertida en una muestra más del subgénero de bandas rivales enfrentadas por la búsqueda de un determinado objeto, con su violencia y peleas de coreografía tan ruidosa como hueca.
Protagonistas haciendo verdaderos esfuerzos estériles por lograr conectar con el público (uno de los 4F, Chris Evans; una Dakota Fanning como vidente estresante) y vagos intentos por ser tramposa en el desenlace no logran por su parte sino captar tibiamente la atención de un sector del respetable que con toda probabilidad preferirá los entornos espectaculares y los héroes de carisma y rasgos modélicos, debidamente embutidos en trajes con que ocultar sus identidades y, ya puestos, marcar formas.
Pero Push acaba víctima de una indefinición agravada por un fundido a negro mutilado que explica el largo y desestructurado nudo, un cierre en falso que ambiciona llegar a tener varias secuelas para alargar su innecesaria aportación al cine (siempre con la venia de la taquilla).