No nos proporciona ni frío ni calor, únicamente nos entretiene hasta el punto en el que empezamos a olvidar lo visto.
Hace ya algunos años se presentó hasta ahora la mejor crítica al sueño americano de la mano siempre interesante de Sam Mendes con su American Beauty. En los tiempos que corren, esa idea ha pasado por quirófano y se ha hecho un lifting, surgiendo así la comedia Mi vida es una ruina de Bernie Goldmann y Melissa Wallack, directores debutantes provenientes del lado indie.
En ella, Aaron Eckhart interpreta al típico calzonazos que trabaja a las órdenes de su suegro en un banco, obligado a soportar las infidelidades de su mujer con un reportero de televisión. Por si esto fuera poco, debe encargarse de llevar las tutorías de un joven adolescente.
Con Mi vida es una ruina da la impresión de que cada uno de los habitantes de la cinta ha querido encontrar su hueco. El actor Aaron Eckhart comenzó, y muy bien, su carrera en el cine independiente de la mano del aclamado Neil Labute y ahora se encuentra navegando a ambos lados de la industria, en lo que es una comprometida elección. La actriz Jessica Alba, en un intento por ser considerada algo más que una cara bonita, acude a la llamada (y más vestida de lo habitual) indie aparcando así el efectismo de la pirotecnia con el propósito de que alguien la tome en serio. Pero viendo el resultado, ambos deberán esperar otra oportunidad. Más que nada porque es la propia cinta la que no encuentra un hueco donde encajar: ha querido ser comedia agridulce pero no ha conseguido funcionar como tal. En el terreno de la comedia nos provoca media sonrisa -las escenas siguen el manual a rajatabla, sin opción a la originalidad- y lo que podríamos llamar drama se ha quedado a medio hacer. De hecho, parece que todo el film se ha quedado a medio hacer y algunas escenas han sido construidas de manera incompleta. No hay más que echar un vistazo a la relación entre Jessica Alba y el adolescente Logan Lerman, o si lo prefieren, el último tramo del filme, aparentemente finalizado por falta de presupuesto o por haber perdido algunos fotogramas en la sala de montaje.
Con todo, hemos de agradecer que no estemos ante la típica comedia romántica que tanto nos hacen engullir desde el otro lado del Atlántico, y que el actor Aaron Eckhart, gran baza del filme, parezca sentirse tan cómodo en el terreno más agradecido para él, dado el escaso esfuerzo de actuación que le impone esta comedia baja en calorías.
Así acabamos con una producción de corte independiente y realización superficial, envuelta, eso sí, en un halo de pesimismo y desidia, elementos calificadores de esa visión de la vida americana en crisis de valores aparentando una existencia perfecta. El resultado no nos proporciona ni frío ni calor, únicamente nos entretiene hasta el punto en el que empezamos a olvidar lo visto. Una lástima, porque la idea en otras manos podría habernos satisfecho gratamente.