El traspaso de los estereotipos norteamericanos al ambiente español no es satisfactorio y la angustia vital de los personajes no está lo suficientemente justificada.
El debut en el largometraje del pamplonica Patxi Amézcua es una obra plagada de buenas intenciones, como debe corresponder a toda ópera prima. Amézcua ya había participado en algunas producciones como guionista, estrenándose en la dirección con el cortometraje Mus (2003), un relato alambicado y con ribetes de cine negro que no pasó desapercibido. Con el presente film ha participado en el reciente y creciente Festival de Cine de Málaga, lo que le ha valido un par de biznagas de las de relumbrón.
25 kilates traslada los cánones del thriller a los barrios marginales de Barcelona estableciendo correctamente el tono y los ambientes en los que se va mover gracias a la fotografía de Sergi Gallardo. A pesar de que el guión del propio Amezcúa engarza con habilidad los vericuetos de la trama, el resultado global no es satisfactorio debido a dos problemas: que el traspaso de los estereotipos norteamericanos al ambiente español no es satisfactorio y que la angustia vital de los personajes no está lo suficientemente justificada.
De este modo, observamos las andanzas de los dos protagonistas por la delincuencia sin que sepamos por qué no se dedican a otro asunto menos conflictivo si demuestran inteligencia y buena predisposición física. Asimismo, el calibre del delito central que compone la trama resulta algo inverosímil al estar implicados la policía y los medios de comunicación, sin que en ninguno de ellos se dé la lógica imposición de su poder e influencias ante dos delincuentes de poco calado.
Este tipo de producciones en el cine español se dan con frecuencia y casi todas terminan en un parecido naufragio ya que la influencia del cine norteamericano en el género y en el espectador es poderosísima y difícil de superar, un ejemplo más de qué campo de batalla no deben elegir los cineastas españoles para combatir las deficiencias de nuestras producciones.
Aida Folch anota en su curriculum un primer papel marrullero que le ayude a saltar de los papeles de adolescencia. A pesar de su esfuerzo y del premio malagueño, le faltan tiros para encarnar creíblemente a un personaje como éste. También es verdad que ciertas frases del guión en su boca como “...tenemos que dar esquinazo a la polícia...” no son de las que más ayudan a componer un personaje callejero. Francesc Garrido es un actor que siempre aporta una gran intensidad a sus personajes y se muestra algo más entonado aunque tenga alguna papeleta difícil en alguna secuencia. Manuel Morón repite tipología de personaje en la que es un consumado maestro. Destacaremos la pericia que por momentos demuestra Amézcua como realizador, atinado en los aumentos de acción y ritmo pero rutinario en las escenas dialogadas y de sexo.