Relaciones públicas desmoronado, adicto a los barbitúricos y a las mezclas de medicamentos en general, el señor Wurman -Al Pacino- ha dejado un pasado de éxitos en que alimentaba su prestigio, y se limita a trabajos sucios combinados con aspiraciones filantrópicas.
Mientras prepara la que puede ser su última gran reunión de figuras en pública reunión, uno de sus obligados trabajos mediocres se le cruzan y acaba envuelto en un asesinato de blanda conspiración, que acompañará a la descontrolada organización del evento.
Hasta ahí, la trama. El resto cae sobre sus espaldas, las dotes embaucadoras que le quedan en su lamentable situación, su forma de usar las escasas energías para tratar de convencer a la desesperada a cualquier persona con nombre para que sea todo un éxito, son elementos y formas dejados en las manos de uno de los rostros de más merecido prestigio del cine reciente, y ahí sin un lucimiento excesivo, sin firmar el papel de su vida, logra dar credibilidad y simpatía a su personaje.
Esta situación queda reflejada en los dos años que la película ha necesitado para, desde su rodaje, llegar a nuestra cartelera. Sólo su presencia empujó un proyecto en que otro nombre, el de Kim Basinger, aparece en un plano secundario, dando forma como atractiva viuda de su hermano a otra parte más de la caótica vida del protagonista. Quedando pues los fines de la película, en cuanto al irrelevante homicidio y una organización pro-unidad de razas, como excusa simple, la cámara se vincula en todo plano a esta figura que se arrastra, cargando a cuestas consigo mismo, y expirando sus últimos alientos en forma de lúcido sarcasmo.