Uno de los retratos colectivos de mujeres más tenebrosos jamás vistos en una pantalla de cine.
El estreno en Estados Unidos el pasado mes de febrero de Qué les pasa a los hombres, despertó no poca polémica. Que la película se encaramase de inmediato, como tantas comedias románticas previas, al puesto de honor del box office, y con especial incidencia demográfica entre el público femenino, hizo exclamar a críticos como Peter Travers (Rolling Stone): “¿Están las mujeres desesperadas, o sólo son desesperadamente estúpidas?”
Quien esto escribe no puede sino suscribir tal inquietud, a la vista de situaciones como la vivida durante la proyección de Qué les pasa a los hombres en unos multicines: el momento emocional cumbre protagonizado por Jennifer Aniston y Ben Affleck, uno de esos momentos que apuntalan desde la ficción las ideologías más retrógradas y conformistas que laminan a diario nuestro presente, fue recibido con vítores alborozados por los concurrentes a la sesión, chicas en su inmensa mayoría.
Como todo el mundo sabe —o debería saber— el cine popular, el cine de género, sigue cumpliendo un papel esencial en la conformación durante la infancia y la adolescencia de los imaginarios íntimos que condicionarán el procesamiento de nuestros futuros retos existenciales. Y si resulta siniestramente significativo que los hombres jóvenes suelan escoger en la cartelera subproductos violentos y fantásticos, o que algunos consideren que nada mejor para una “primera cita” que una película de terror (¡!), ¿qué deducir de esa fijación de muchas mujeres desde la pubertad con films, libros, series televisivas y canciones cuyas proclamas amorosas no dejan de instar a la alienación y la dependencia emocional, al sufrimiento y la búsqueda ilusoria de un príncipe azul?
Que estos problemas inherentes a las relaciones sentimentales y su sentido han pasado a ser, como diría Alain Resnais, asuntos privados en lugares públicos, lo demuestra el boom en los últimos años de las comedias románticas corales, con ciertas pretensiones sociológicas. En ese sentido, Qué les pasa a los hombres no es sino el último título de una larga lista que componen también Jugando con el corazón (1999), Love actually (2003), Manuale d’amore (2005), El juego del amor (2007), 8 citas (2008) o Ex (2009).
Pero, como las citadas, esta realización de Ken Kwapis —que ya ha tratado los mismos temas con la misma banalidad en Él dijo, Ella dijo (1991) y Uno para Todas (2005)— se debe de tal manera a sus condicionantes mainstream que, por aquello de no ofender ni a quien apadrina su producción ni a las féminas que pasarán por taquilla, parte de un best-seller de Liz Tuccillo y Greg Behrendt que pretende “indagar en las dudas y malentendidos que surgen en la búsqueda de la pareja ideal” para ofrecer las respuestas menos elaboradas y críticas, pese a plantear ya de entrada un panorama humano desolador.
Esto desemboca en uno de los conjuntos de retratos femeninos más tenebrosos por sus actitudes complacientemente idiotas nunca plasmados en pantalla: no faltan ni el ama de casa histérica (interpretada por Jennifer Connolly), ni la niñata que no será feliz hasta portar un anillo de compromiso en el anular (quién iba a ser: Aniston), ni la que salta de chulo en chulo a la velocidad que dictan las redes sociales y las páginas de contactos que frecuenta (otra: Drew Barrymore), ni la profesora de yoga —sí— cuya liaison con un casado la condena a las indignidades más inimaginables (Scarlett Johansson), ni la mosquita muerta que hará lo posible y lo imposible para “pillar cacho” antes de que “se le pase el arroz” (la pizpireta Gigi Phillips).
Es normal que el registro interpretativo común a los actores que han de lidiar con semejantes mujeres sea el estupor… La película se titula en inglés “No está por ti” [He's just not that into you] y solo cabe decir, ¿cómo iba a estarlo? Y si preferimos el título español, “Qué les pasa a los hombres”, dan ganas de responder: ¿Y a vosotras? En fin, de semejante espanto, rematado sin sentido ninguno del ritmo y con evidentes incoherencias fotográficas fruto sin duda del rodaje de acuerdo con las ocupadas agendas de las estrellas que intervienen, sólo se puede salvar la historia que protagonizan Johansson y Bradley Cooper; pese a desarrollarse en base a presupuestos ideológicos tan lamentables como las restantes, el carisma sexual de ambos actores los trasciende, y hace prender en las imágenes algo de la dignidad que brilla por su ausencia en el resto del metraje.