La combinación de personajes en forma de extraña pareja, no tiene mucho más que ofrecer. La más singular de las fórmulas ya ha sido probada, y los gags de sus diversos choques son una mera recurrencia con que armar aspiraciones cómicas. Introducir un elemento de terapia poco ortodoxa tampoco va a suponer una revolución salvadora, ni lo va a hacer contar con un habitual de las comedias americanas que nunca ha sido especialmente comprendido en este lado del charco.
Claro que si esta vez Adam Sandler (interpretando al supuesto paciente), está más contenido que de costumbre, y el histrionismo recae en el todopoderoso Nicholson, quien con sólo una cara de pronunciada sonrisa al más puro estilo de su Joker, distorsiona la pantalla, ya tenemos algo con lo que luchar contra la monotonía.
Afortunadamente, el guión absurdo, especialmente en la primera mitad, ejercerá de aliado, guía de los dos protagonistas y de algún que otro secundario de jocosa esquizofrenia. Las escenas incoherentes irán alternándose, con golpes de efecto de todo tipo en dechado de humor efectivo y agradecido, avanzando mientras la trama queda en el segundo plano que exige la intencionada tontería. Todo con alguna reminiscencia Farrelli, algo más contenida, aunque en el último cuarto de la película, una pretensión de lógica romántica cae en todos los tópicos sin que la parodia pueda justificarlos. Pasa a convertir todo lo antes visto en algo funcional, con toque de irrelevancia tramposa, encaminado a un happy end de público beso bajando el desconcierto hasta convertirlo en previsibilidad.
Aunque en todo caso, el poso alegre queda para defender la saludable oferta de gran parte del metraje, en que entre risas gamberras logra un buen rato con momentos verdaderamente estrambóticos.