La vehemencia con la que los que deberían ser los mayores consumidores de películas (los supuestos enamorados del séptimo arte, los freaks apasionados que tanto dicen agradecerle al cine) se expresan contra la idea de pagar por aquello que consumen y cuyo coste de producción exige grandes inversiones, ha dejado de ser sorprendente. Más en nuestro país, el siguiente tras China en piratería en una estadística que no compara los niveles culturales de cada país y no indaga en el nivel de aceptación y las enrevesadas formulaciones con las que se ha llegado a la conclusión que no hay que pagar y sí reclamar, exigir calidad, cantidad y productos a su gusto.
Como parte de este extraño derecho a la cultura que es la forma moderna de llamar al ocio (para que no suene ocioso y ensalce egos), lo cierto es que el intercambios de archivos ha alcanzado límites obscenos y los piratas ya no son unos pocos mantenidos por los que sí consumían, ni un público que piratea pero también consume, son un sector que evita la rentabilidad y cuyo principal problema es la obcecación en lo evidente: que esto sin dinero se hunde.
Las consecuencias de la evidencia son manifiestas desde hace tiempo. Las 3D parecía iban a solucionar parte del problema huyendo de la piratería de los home cinema (que todo sea dicho, como los sistemas de pirateo son obra de la codicia de la propia industria), muchas superproducciones han de limitarse a géneros de rentabilidad asegurada y eludir producciones más arriesgadas o más del gusto de los cinéfilos (esos mismos que hoy día proclaman la piratería como un derecho). Y Sony, como ejemplo concreto, ya anuncia que sistemáticamente rechazará todo guión o adquisición de derechos de un libro hasta el próximo año fiscal, que tiene lugar el próximo mes de abril.
Así, salvo que se trate de proyectos "altamente deseables" (es decir, de mínimo riesgo) cierran la paraeta en cuanto a nuevas adquisiciones, reflejo también de las dificultades financieras que vuelven a encontrarse con ese público que, más en tiempos de crisis, quiere consumir pero sin pasar por caja. La industria de la música, tocada de muerte ya ha sido calificada por economistas como un "negocio abocado a la marginalidad" (fórmula que a muchos le parece bien limitando su mercado al verbenero). Ahora es el momento del cine, y nada hace preveer que sin concienciación y limitándose a formulas simplistas y cómodas del tipo "que busquen nuevas formas de negocio" (la publicidad no da para tanto y de insertarse crearía nuevas quejas) vaya a mejorar su situación.