Pierde cierto interés al no contar con la baza del descubrimiento de los personajes principales.
Llega la segunda parte de la celebérrima saga de novelas Millenium, cuyas portadas negras anidan en las manos de todo lector que se precie de estar al día. Y con ella la constatación de que la cinematografía sueca hoy día ha sido la única en plantar cara al todopoderoso negocio del cine norteamericano; ninguno de los grandes estudios ha estrenado film este fin de semana para no competir con los personajes del desaparecido Stieg Larsson.
Siguiendo la corriente habitual de las adaptaciones de best-sellers en los últimos tiempos, la segunda y tercera parte se han rodado prácticamente juntas para garantizar su estreno antes de que pase el fenómeno. Estas han recaído en la dirección de Daniel Alfredson, cuya filmografía permanece inédita en España pero cuyo apellido nos resulta familiar al tratarse del hermano de Tomas Alfredson, director de la reputada Déjame entrar (2008).
A pesar del cambio de director y del guionista (Jonas Frikberg en esta segunda por la pareja Nikolaj Arcel y Ramus Heisterberg de la primera) el diseño de producción y la narración transcurre por los mismos caminos y recursos que ya se mostraron en la cinta inicial. No es en vano que el proyecto una vez se finalicen las tres películas pasará a ser una serie de televisión, de ahí que los responsables muestren cierto interés en que todo lo que se ruede mantenga un aspecto uniforme. Y ese es el mayor defecto que podemos achacar a esta funcional película: cierta perdida de fuelle y ambición narrativa en pos de una normalización del asunto al género y medio al que va destinado.
Este segundo capítulo también sigue las trazas del thriller convencional, como sucedió con el primero, si bien pierde cierto interés al no contar con la baza del descubrimiento de los personajes principales. En esta ocasión, la investigación del crimen de un redactor de la revista Millenium y su pareja señala a la mismísima Lisbeth Sallander (Noomi Rapace) como autora, algo de lo que el redactor-jefe Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) considera imposible. Adelantarse a la polícia para encontrar a Lisbeth será su principal cometido mientras que la propia Sallander, envuelta en una busca y captura a nivel nacional, verá revuelto su propio pasado en la red organizada que ha ejecutado a los periodistas.
Conocer las causas por las que una novela o una película tiene éxito es un misterio inextricable. En el caso de Millennium quizá sea por tener dos personajes interesantes. Uno que va perdiendo protagonismo y fuerza conforme avanzan los capítulos pero que sirve de eje para contar la historia, Blomkvist; y otro que es uno de los personajes más potentes vistos en los últimos años, Sallander, una joven inteligente y frágil cuyos problemas en la infancia y las erróneas medidas que el sistema ha aplicado sobre ella para ayudarla han transformado en una persona fría, dura, solitaria y violentamente vengativa hacia quienes le hacen daño. Es probable que el envoltorio de thriller a la europea, más cercano a nuestra realidad y algo alejado de ciertos tópicos inverosímiles de las últimas propuestas hollywoodienses sea el otro ingrediente que ha engrasado la popularidad de la serie.
En la adaptación cinematográfica hay que sumar algo más como factor de éxito: la adecuación de los actores a los personajes. Todo el star-system sueco encaja en la caracterización encomendada, pero la que se lleva la palma es la elección de Rapace. Esta joven intérprete de teatro encarna a Sallander con extraordinario acierto, no sólo físicamente, haciendo perfectamente comprensible la fascinación que muchos de los personajes sienten hacia ella sin muchas más explicaciones.