No hay matices en la gama de sentimientos, todo está narrado con la misma intensidad de modo que, cuando llega el momento de alcanzar un clímax, el espectador ya está desfondado.
Hay un término en el ciclismo para denominar las etapas llanas que no suponen grandes alteraciones en la clasificación general: etapa de transición. Podemos decir tras el visionado de esta segunda puesta en imágenes de la saga Crepúsculo que esta cinta viene a cumplir una misión parecida, un simple paso adelante en los capítulos de la serie que no varía un ápice lo que ya sabíamos de sus personajes principales y sus peculiares idiosincrasias, ni en la trama general planteada en la primera entrega.
A la vista de la segunda novela, vaticinábamos una crisis en la relación de sus protagonistas debido a la imposibilidad de que Edward protegiese constantemente a Bella de los instintos sangrientos de sus congéneres, incluidos sus propios familiares. La decisión del hijo varón de los Cullen es abandonar Forks para siempre, prefiriendo que el tiempo extinga la vida y el amor de Bella antes que verla perecer entre colmillos ajenos. La soledad y dolor de Bella por el abandono se mece entre los correos electrónicos a Alice (Ashley Greene) y las abdominales de Jacob (Taylor Lautner), protector y segunda conquista de Bella tras la ausencia de su amado.
La narración mantiene un permanente tono anodino de ilustración de la angustia adolescente siendo difícil distinguir el sufrimiento real por la pérdida de simples momentos de desazón, por la monótona vida que Bella se autoimpone. En todo el metraje no hay un sólo momento en que alguno de los personajes descabalgue de su angustia vital, ya sea por su condena eterna, por su condición licantrópica o por la ausencia del amado. No hay matices en la gama de sentimientos retratados, todo está narrado con la misma tonalidad e intensidad de modo que, cuando llega el momento de alcanzar un clímax amoroso, violento o de dolor, el espectador ya está desfondado por la trascendencia malgastada en escenas transitorias.
Quedaba la esperanza de encontrar entretenimiento en la presentación de los nuevos personajes que darán juego en futuras entregas. Los Quileutes, raza de hombres-lobo que también habitan en Forks (¿hay alguien normal en ese pueblo?) al que pertenece Jacob; y los Vulturi, especie de realeza vampírica residente en Italia comandada por un decepcionante Michael Sheen. Esperando salvar el espectáculo en las escenas de acción, estas se saldan con unas saneadas pero poco estimulantes escaramuzas de efectos especiales donde la recreación de los lobos se lleva la mejor parte.
Queda finalmente un anodino ejercicio de realización por parte de Chris Weitz, decepcionante después de todos los rumores que suscitó la selección del director para esta segunda parte. La fotografía corre a cargo del español Javier Aguirresarobe, profesional de primerísima fila que nunca falla. La omnipresencia de Kristen Stewart en todo el minutaje avala una vez más su fotogenia y proyección futura, pero deja en entredicho su capacidad dramática al recurrir constantemente a los mismos recursos gestuales para representar sus sentimientos. Robert Pattinson se limita a hacer la esfinge cuando le toca, poco ayudado por las lentillas que pretenden convertir su mirada en algo vampírico o misterioso.