La supuesta lectura biográfica de lo que se ve en pantalla resulta más enigmática que reveladora.
A tenor de un sorprendente reparto que incluye ilustres nombres como Julianne Moore, Charlotte Gainsbourg, Christian Bale o Richard Gere –sólo por mencionar unos cuantos de una larga lista de celebridades que desfilan en esta onírica pasarela-, resultan incomprensibles los más de dos años que han tenido que transcurrir para que finalmente nos llegara I’m not there, una sugerente reconstrucción inspirada por la música y las muchas vidas de Bob Dylan, como rezan sus títulos de crédito iniciales.
Dirigida por uno de los abanderados malditos del cine independiente de los últimos años, Todd Haynes, el filme ya ha gozado de sobrado reconocimiento en su trayectoria comercial acaparando multitud de premios internacionales al igual que una de sus protagonistas, Cate Blanchett, quien vio recompensada su asombrosa composición con la copa Volpi en el festival de Venecia de 2007 y recibió una candidatura al Oscar.
Quien espere una minuciosa e inteligible biografía de Dylan se sentirá enormemente decepcionado puesto que Haynes ha optado por plasmar una sucesión de segmentos aparentemente inconexos, no-cronológicos que reverberan las candilejas de la vida del artista. A cada segmento le corresponde una poesía, unos actores, una paleta de colores y una metodología narrativa concreta para dar la apariencia de estar milimétricamente dislocado en un extraño puzle existencial. Gradualmente, se destapa una fantasía vanguardista provocadora en sus planteamientos, abigarrada por los conceptos que marcaron la vida de Dylan –poeta, cantante, profeta y un largo etcétera-, y plagada de recursos narrativos y estilísticos, el filme contribuye, si cabe, a engrosar la leyenda del mito.
Pero el mismo rasero tiene doble hoja. Es como si Haynes hubiera cogido toda la Dylanología y la hubiera moldeado exclusivamente como absoluta rendición para los amantes del autor ya que la supuesta lectura biográfica de lo que se ve en pantalla resulta más enigmática que reveladora. Se podría incluso pensar que la intención era marcar un compás desdramatizado de su vida sólo apto para devoradores de iconografías pop, más preocupados en ilustrar la erudición de su ídolo y la época a la que perteneció. Y así es, pero la propuesta funciona, por extraño que resulte, como ejercicio de mistificación desmedido aunque electrizante.
Inundada por la música de Dylan, I’m not there nos catapulta a un laberinto multiforme de referencias históricas, vidas paralelas y sentencias biográficas que no tienen orden posible y trascienden cualquier lógica. El resultado es un complejo y fascinante experimento poliédrico que no se puede entender mediante las convenciones formales del cine.