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Pattinson y el Crepúsculo de los Títeres

Un artículo de Víctima 2046 || 08 / 4 / 2010
pattinson

Dice Pattinson, Robert, un adolescente pálido al que el fenómeno cinéfilo de moda –una de tantas resurrecciones vampíricas, eso sí, más acompañada esta vez– ha encumbrado, que se está volviendo rarito, que desconfía de quienes se le acercan, que ha perdido el contacto con la gente a la que antes llamaba amigos y que lejos de poder conocer a nuevos colegas duda de los motivos por los que cualquiera se le acerca a alabar sus virtudes. Tiempo atrás, su visita a los tabloides la daba a propósito de su supuesta falta de higiene, de las duchas que él mismo decía necesitar, o incluso por la falta de una fémina adecuada cuando todo lo que se le acercaban en sus palabras eran adolescentes histéricas o las madres histéricas de las adolescentes histéricas. Lo normal, vamos.

A Pattinson le acompaña una cierta elocuencia que se filtra en un discurso agotado, recitado a lo largo de interminables entrevistas. Como para no estar cansado: el chico tiene que repetir sus juicios sobre lo divino y lo humano ‘N’ veces al día, porque todo lo que se publica de él hace subir el precio de las revistas, la audiencia de todo soporte en que su nombre se pose, el interés de los telediarios. Los adolescentes han hablado y le han elegido a él como su nuevo líder. Luego madurarán, en el mejor de los casos guardarán un recuerdo entrañable, mientras los nuevos adolescentes tendrán nuevos ídolos, unas veces del cine, otras de la música, otras el personaje de una serie animada o incluso de un videojuego.

Entre el ídolo animado, el poligonal del videojuego o el de carne y hueso que inspira los sueños de esos jóvenes no hay en el fondo tanta diferencia. Son simples “intentos de” que tuvieron la suerte de cuajar y alcanzar el éxito. Una de las pocas diferencias entre los virtuales y los humanos es que esa suerte es más compleja cuando hay alguien real beneficiado… y perjudicado. Porque si el fenómeno pasa –que mayoritariamente pasa–, si con el paso de los años se aleja de primera fila, se terminará por poner a prueba su elocuencia, se verá si tenía suficientemente claras las cosas o si sus quejas sobre la falta de papeles variados terminaron por afectarle e incapaz de acortar su cuenta de gastos mensuales –o incluso ampliándola con nuevos gastos en forma de adicciones– terminó por ser víctima del balance contable para acabar sus días como una más de las muchas estrellas rotas, fugaces, terriblemente efímeras.

Pattinson y sus quejas resuenan entre los ecos del adiós de un mito de los 80, y principios de los noventa: Corey Haim. Él fue otro de esos chicos que lo tuvo todo, que se hizo con un carisma especial partiendo de sus rasgos de chaval que podría perfectamente ser nuestro discreto compañero de clase pero cuyo encanto crecía a medida que las aventuras que vivía calaban en su público. Haim era amigo de otro Corey, Feldman, a quien entrevistamos hace unos años y que tras sus problemas con las drogas se había reinsertado de forma cuestionable en la industria del cine (incluso un aspirante a director español pudo contar con él para un proyecto delirante). Feldman, se quejaba de que la vida normal era difícil para ellos, no por nostalgia del glamour: los buenos trabajos precisaban formación, los malos eran difíciles puesto que una ex estrella del cine no puede ser cajero del supermercado (sic).

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Las aventuras o desventuras que le puedan tocar por vivir a Pattinson deberían alimentarse de las que vivieron los Corey, de las que estos días viven muchos otros juguetes que todavía no se han roto pero en los que ya casi se ven los fragmentos. Lindsay Lohan anda arruinada en un momento en que su atractivo ya no tiene el largo recorrido de antaño, sus excesos difícilmente le permitan recuperarse aunque estos no sean siempre garantía de fracaso: una célebre niña decidió ser consumidora precoz de todo lo que se le pasó por delante, y eso pareció fortalecer la fama de adulta. Ahí, Drew Barrymore, lejos de limitarse a padecer subidas y bajadas trató de tomar las riendas con su propia productora, demostrando al final que la suerte siempre tiene su papel, pero que las decisiones que se tomen han de hacer lo posible por aprovecharla.

Mientras tanto uno sigue preguntándose por cosas aparentemente secundarias, como quién pudo ocupar el papel de Pattinson, quién estuvo cerca de lograrlo, quién vio la moneda volteando sobre su cabeza para finalmente apreciar cómo caía cruz y su destino pasaba a ser el del que está al otro lado de las celebridades. Uno se pregunta si un aspirante actor en ese caso tiene claro que la suerte que le tocó está lejos de ser todavía buena o mala, que quizá haya más papeles, que quizá haya más trabajos adecuados, pero que el brillo que acompaña a algunos distrae demasiado sobre la verdadera vida que les ha tocado.



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