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Historias crueles de Oshima

Un artículo de Eduard Terrades || 19 / 4 / 2010
nagisa oshima

Nagisa Oshima siempre fue un iconoclasta, un rebelde con causa que fue juzgado literalmente por no autocensurarse en El Imperio de los Sentidos, y que intentó promover una nouvelle vague japonesa en los años 70 conforme al movimiento intelectual de la época. Pero antes de ese rugido demoledor firmó una inconfesa trilogía sobre una juventud rebelde que aún debía liberar sus ansías revolucionaras.

El tayozoku (razas del sol) fue una corriente impulsada por el escritor (y posterior político) Shintaro Ishihara a través de la novela Taiyo no Kisetsu (1955). Esta ficción literaria impresionó a Oshima, inspirándose vagamente en el subgénero cinematográfico, de homónimo nombre que surgió a través de ella, para rodar varias producciones amparadas dentro de los márgenes de este efímero movimiento. Un movimiento procedente de la dura posguerra y de los desbarajustes sociales en pleno crecimiento del otrora “Milagro económico japonés”.

Empecemos primero por El Entierro del Sol (1960), pues sigue a raja tabla los postulados de los fundadores de este subgénero, en el que prima la rebeldía de la juventud para huir de los códigos éticos de sus progenitores, y en ella, asistimos a las adversidades de una pequeña comunidad de chabolas de Ôsaka, cuyo máxima líder parece ser una joven que, de día compra sangre para revenderla, mientras que por la noche ejerce de prostituta. Oshima ofrece momentos sublimes, en un relato plenamente neorrealista, y que huye de los clichés más tópicos de las producciones tayozoku.

nagisa oshima



Menos genérica resulta Historias Crueles de la Juventud (1960), en dónde los sobornos practicados por parte de un maleante y su novia estudiante a hombres de mediana edad con ansias carnales, reenfocan el relato hacía los páramos más clásicos del cine criminal, pero focalizando en ese estado insurrecto que parecía estar tan de moda entre los jóvenes de la época. Oshima, además, no escatima en convertirla en un relato veraz al rodar muchas escenas cámara en mano y mostrar alguna de las manifestaciones reales del movimiento estudiantil en los años 60.

Finalmente, la más radical de todas: Violencia a Pleno Sol (1966), un largometraje morboso, erótico y contracultural. Un enfermo mental se encapricha de una mujer joven que trabaja en una residencia; después de intentar forzarla en varias ocasiones y ver que ella no sucumbe a sus encantos, decide matarla en un arrebato violento. El típico juego de sumisión de sexos tan habitual en el cine japonés lo presentaba Oshima en este provocador relato, anticipándose a muchas producciones posteriores que mostraban la disyuntiva del típico asesino machista establecido entre poseer el cuerpo de su amante (al que inicialmente ésta le seguía el juego) o matarla para poner fin a su pasión. La polémica está servida.

Tres propuestas que el tiempo ha sabido poner en su sitio, pero que no han perdido su fuerza visual como versículos representativos de una época marcada por una crisis de valores no tan alejada a la actual. Seguramente, si Oshima ahora levantase la cabeza haría sus oportunos remakes acorde con la globalización que le habría tocado vivir.

nagisa oshima




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