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Los Trailers, o si Goebbels vendiera películas

Un artículo de Víctima 2046 || 22 / 4 / 2010
tráiler

Mucho se ha dicho sobre los trailers y su función unas veces manipuladora, otras sencillamente admirable a la hora de presentarnos a una película. Como base central de las campañas promocionales en el cine, probablemente merezcan esa atención especial e incluso deberían ser criticados a parte de la cinta que promocionan. En ocasiones intrigantes, otras exhaustivos hasta lo inconcebible, su misión prima por encima de cualquier otra consideración: paguen ustedes la entrada de esta maravilla que les acabamos de presentar, no importa hasta qué punto les estemos manipulando.

Incluso en los casos en que uno arquea una ceja y se pregunta qué puede quedarle por saber de ese film que con tanto esmero han sintetizado y cuyos detalles han desvelado, el objetivo sigue vigente buscando que cuando el espectador dude sobre a qué sala asistir, ese recuerdo le haga pensar en un “no estaba mal” que será muy similar al de las películas que ya ha visto y vuelve a ver regularmente, dejando además el incentivo de algunas (posibles) incógnitas por resolver.

Resulta eso sí curioso el número de tráilers cuyo recuerdo acaba siendo eso: idéntico en el tiempo al recuerdo de las propias películas una vez vistas, algo en parte lógico. Con un poco de experiencia en determinados géneros sobradamente rutinarios (la comedia romántica por ejemplo), la función del tráiler de poner caras a sus personajes, reproducir como gancho sus mejores gags y desvelar cuál va a ser el momento de tensión pre-desenlace maravilloso, equivale incluso a más de lo que muchos recordarán tras la proyección completa.

Ahora bien, en demasiadas ocasiones, a la admirable habilidad de síntesis que irrita a quienes todavía creen que descubrir una película por completo es lo mejor (casos que también permiten puntualmente, como sucedió con El Sexto Sentido que ocultó todo lo que pudo para reforzar su misterio), le acompañan técnicas demasiado próximas al fraude. ¿Cómo definir si no cuando películas como Colgadas (Hanging Up, 2000), un drama propio de telefilm que se nos vendió como la comedia del momento, algo que han repetido muchas otras cintas como El Amante, para aferrarse a un género rentable en taquilla aún cuando sea a costa de amargar la tarde a la audiencia?
Y la cosa no es exclusiva de la comedia, en otros géneros también reciben lo suyo: a propósito del citado Sexto Sentido, Shyamalan se forjó un prestigio en el cine esotérico que se quiso aprovechar con La joven del agua planteando un tráiler de suspense-terror que daba paso a una fábula descompensada, bella y al tiempo exasperante. Con razón el público maldecía en la sala, esperando su susto de cada 10 minutos sin que éste llegara.

Caso aparte merece, como siempre, el tema español. De los adaptados directamente de televisión (con patrocinio que se exhibe en franjas superior e inferior para ocultar los problemas de la mala calidad de imagen) mejor no saltar a aquellos que demuestran que ni selección mediante hay donde rascar. Los ejemplos son excesivos para tratar de decir algo positivo o destacar alguno. Quizá Tirant Lo Blanc lo merezca, pues en ella su promo pretendió enfocar lo que Vicente Aranda dijo no le interesaba: que estábamos ante una novela de caballerías (con el tráiler mostrando una escena de caballeros en ruta, en plena fiebre de El Señor de los Anillos) y no ante un vodevil surgido de la mente de algún senil con ardores y nulo sentido del ritmo.

Como admiradores no le faltan al tráiler, hay quien entiende que la salsa promocional, por mucho que en realidad lleve a nuestro paladar a las decepciones, es también parte del atractivo del cine. Uno, que cada vez es más susceptible y desconfía de los vendedores de moto, preferiría prescindir de ellos. Limitarse a contemplar currículum de los implicados, argumento y probar suerte en una experiencia completamente nueva. Con el tiempo, para recordar de qué iba la película en cuestión sí vendría bien uno de esos chutes de historias condensadas. Y ya.



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