Todo lo que se percibe y se ve es aleatorio; no persigue un seguimiento definido sino que presenta una composición caótica.
De manos francesas nos llega Océanos, filme concebido como un grandilocuente poema audiovisual que se apunta a la nueva ola de documentales á la National Geographic de marcado cariz ecologista y adoptando el estilo de obras como Home o Tierra. Realizada por Jacques, Perrin y Cluzaud, y con los productores de aquel éxito galo llamado Los chicos del coro, Océanos nos propone una deslumbrante inmersión en las profundidades de unos hábitats insólitos mediante el uso de las más avanzadas tecnologías.
Su propuesta marca un punto de inflexión en el terreno del documental por ofrecer un festín visual basado en la sublimación de cada fotograma. Todo lo que encontramos en él está magníficamente ejecutado. Su poderosa puesta en escena queda unida a una banda sonora que parece querer acercarse a una sinfonía de tintes oníricos, y un narrador omnisciente que escruta en algunos momentos lo que se está mostrando da a la obra su razón de ser.
Si estas son las grandes virtudes de este proyecto, también terminan por ser sus grandes defectos. Puede durar los 100 minutos que contiene su metraje, pero también podría durar cinco horas o las que la voluntad de los realizadores decidiera: no hay rastro de una línea argumental definida. Tampoco existe un protagonista aventurero que se dedique a recorrer el mundo enseñándonos sus lindezas. Todo lo que se percibe y se ve es aleatorio; no persigue un seguimiento definido sino que presenta una composición caótica.
Por eso, quien espere encontrarse con un documental didáctico sobre el poder de los mares y la fauna marina se sentirá profundamente decepcionado. Océanos no contiene explicaciones sobre las especies que muestra, ni tan siquiera se preocupa en detallar los perjuicios de la acción humana sobre el medio físico. Se limita a esbozar unos breves apuntes sobre la importancia del planeta y, en especial, de los océanos que lo recorren, así como sobre la necesidad de preservarlo. No pretende ser una lección de ciencias de la Tierra. Opta por un espectáculo megalómano en el que uno incluso se pregunta cómo ha sido posible captar ciertos momentos de verdadero impacto. Su cometido verdadero es dejar al espectador atónito en su butaca y envolverlo en un mundo que, aún a sabiendas de saber que lo que está viendo es real, parece sacado de un bello sueño.